Diario de León
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De siete en siete | RAFaEL MONJE

Estamos en un mundo donde la mentira campa a sus anchas de manera impune. Es el medio y, a veces, el fin. Dice el veterano periodista Gay Talese que, proporcionalmente, el periodismo es la profesión con menos mentirosos. Y puede ser así, si echamos un vistazo a otros sectores o colectivos. Es cierto que al periodista mentiroso se le descubre antes que a otros. Créanme, estamos presos de la mentira y quizá nuestra labor -“la de los periodistas- consista sólo ya en discernir la mentira de la verdad y viceversa, y no en contar simplemente historias de la gente. Por ejemplo, Rodríguez Zapatero dijo hace dos años que en España no había crisis y ya ven la que se ha armado desde entonces. Luego afirmó que no se tocarían los derechos sociales ni las pensiones, y si te he visto no me acuerdo. Casi nos convencen de que las líneas del AVE se extenderían en dos años por toda la Comunidad como plaga de topillos y va a ser que no. Grecia y Hungría también han mentido sobre sus cuentas públicas. Las cajas de ahorros esconden sus verdaderas intenciones bajo eufemísticos «planes B». En suma, hay políticos, economistas, jueces-¦ y periodistas que pisan con demasiada frecuencia la delgada línea roja que separa la verdad de la mentira. La mentira se ha instalado en nuestra cultura como si fuera un elemento indispensable para la convivencia y sin cuya existencia estuviéramos abocados a vivir una realidad ajena, desconocida. Es curioso como transigimos con la mentira cada día y, en cambio, nos echamos las manos a la cabeza por cualquier tontería. Hay gente que ha escalado puestos a base de mentiras y aquí no pasa nada. Hay políticos que han protagonizado escandalosas mentiras y tampoco han sufrido castigo alguno. Nos mienten con tal naturalidad que, a veces, es difícil distinguir la verdad de la mentira y, lo que es peor, da la sensación de que nos sentimos a gusto con ello.

Si fuéramos conscientes del daño que a la larga produce la mentira, si tuviéramos el suficiente coraje para denunciarla y repudiar a sus actores, otro gallo cantaría. Pero creo, en honor a la verdad, que eso también es una entelequia. Al parecer nos va la letra pequeña de las cosas y preferimos la hipocresía, la engañifa y la falsa apariencia a la verdad, porque ésta duele. Y así nos va. Hemos optado por hacer novillos en los confesionarios como si no necesitáramos el perdón de nadie. Hemos consagrado la mentira y hemos aceptado sus perversas consecuencias como si no fueran con nosotros. Pero no es verdad, porque no sólo somos sus víctimas, sino sus cómplices y sus principales precursores si pasamos página con esa sublime indulgencia. Es lo que sucede demasiadas veces en política, en la economía y-¦ hasta en el periodismo.

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