Diario de León

El clamor popular y la incertidumbre de Garzón

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Tribuna | Eugenio Nkogo Ondó

En la lista de los temas que han sido objeto de atención pública durante los últimos meses se incluiría el estruendo de la crisis provocada por la especulación del gran capital, sus consecuencias negativas en todos los ámbitos, el descalabro de Grecia y el riesgo de su posible extensión a los países más vulnerables de la UE, la reforma laboral y el juicio al juez Garzón, perseguido por haber intentado investigar, entre oros delitos, los crímenes del franquismo. Dicho juicio ha convertido a España en un país donde los que reclaman la justicia pueden ser considerados como delincuentes, su proceso ha hecho eco en los medios nacionales e internacionales, como lo recogieron el New York Times , The Economist , Le Monde , The Guardian, etc. En la disputa, se observa que una gran mayoría de la ciudadanía, al percatarse de que eran precisamente la Falange y Manos Limpias las organizaciones que han ejercido la acción penal contra el juez en cuestión, ha lanzado un clamor para oponerse a una injusticia de tal calibre. Incluso se ha creado una web con el epígrafe de «congarzón.com» que, exceptuando pocos casos, hemos firmado todos. Desde el 10 de marzo se movilizan las víctimas del franquismo, los sindicatos, grupos de intelectuales, jueces y fiscales, escala profesional en la que sobresalió Carlos Jiménez Villarejo, quien denunció a los magistrados del Tribunal Supremo por haber dado un golpe brutal a la democracia «convirtiéndose en instrumento de expresión del fascismo español». En las grandes manifestaciones organizadas entre los días 9 y 14 de marzo, se oía las voces de sus representantes que, por unanimidad, expresaban una misma opinión. Mientras Teófila Herreruela, de 90 años, familiar de ejecutados, se preguntaba. «¿Al final va volver a ganar la Falange?», el ministro de fomento, José Blanco, admitió públicamente que no le «gustaría que Falange ganara de nuevo la batalla», Pilar Bardem recordó los focos de la Universidad Complutense de Madrid, en los que siendo joven luchaba contra la dictadura franquista, pero que nunca se imaginó que a su edad se encerraría otra vez en una de esas reconocidas aulas para proseguir en la protesta. Por eso, Pedro Almodóvar matizó que si la Falange sienta en el banquillo a Garzón, sería «como si Franco volviera a ganar». En efecto, tengo la ligera impresión de que la sociedad española está tomando conciencia de que nuestra «historia se repite», como se dice generalmente. No es una casualidad que generaciones distintas y distantes hayan experimentado simultáneamente que nos encontramos en la monarquía que nos impuso el general Franco. En ese régimen preestablecido, la actuación del juez Garzón, cuando persigue a los batasunos y cierra periódicos como Egin y Egunkari a, con la consiguiente condena a sus directivos, a los que la Justicia ha dado posteriormente la razón, y no aplica la misma regla a los extremistas que lo han llevado al banquillo de los acusados, nos induce a creer que él mismo, sin darse cuenta, es un servidor notable del orden establecido. Ese orden que llevó a la izquierda a aceptar esa aberración democrática sin pensar en ninguna otra alternativa, cuyas consecuencias vivimos y viviremos en el futuro.

Un análisis exhaustivo de la situación nos la presenta Pablo Castellano, en su resonada obra Por Dios, por la patria y el rey , Ediciones Temas de Hoy, quien se ha convertido en uno de los mejores filósofos de la filosofía de la historia contemporánea española. Para este pensador, «El franquismo fue durante cerca de cuarenta años un reino sin rey, una regencia oficiosa sin regente oficial, una monarquía absolutista en manos de un espadón. El postfranquismo era entonces uno, dos y tres pretendientes, un solo sucesor verdadero. Una situación por cierto nada novedosa, si recurrimos a la historia de la regia institución. Reyes en el exilio, preteridos frente a sus hijos, príncipes y parientes usados como bandería, abdicaciones ratificadas, rectificadas y recalificadas, y hasta regentes militares han rellenado las páginas de nuestra historia, no precisamente para nuestro lucimiento y prestigio, sino para vergüenza de los pueblos que lo soportaban. Si a Isabel II llegaron a prohibirle la residencia en España para no estorbar la restauración borbónica en la figura de su hijo Alfonso XII, a Juan de Borbón también le prohibieron la entrada en el país para no perturbar el éxito de la proclamación de su hijo.» Reflexionando sobre esa constante histórica, observa que la Constitución de 1978 ha sido llamada «del consenso», pero que, como el resto de los españoles conscientes de lo que sobrevendría, afirma que se «acude con frecuencia al argumento del consenso, al pacto, al compromiso, a la base de todo lo que en su día movió el ánimo de los protagonistas, para reclamar otros comportamientos, para denunciar contradicciones y hasta para amenazar, señalando los incumplimientos y transgresiones que el texto constitucional sufre con todo descaro-¦» El artículo 56, párrafo 3, proclama que «la persona del Rey es inviolable y no está sujeta a responsabilidad.» A decir verdad, es difícil, por no decir imposible, pensar en el plano ético y político en una personalidad de estas características que no revista de una forma o de otra un cierto poder absoluto. En cuanto a su eventual y esencial modificación, sostiene que da la sensación de que una vez promulgada la «carta magna», al resaltar «su vocación de eternidad», fueron «establecidos los más rigurosos procedimientos que hacen en la práctica imposible su reforma-¦».

En efecto, los que tomen la determinación de emprender semejante tarea comprobarán el esfuerzo que precisaría para ajustarse o ceñirse a los criterios de los artículos que oscilan entre los números 166 y 169, que fijan inexorablemente las pautas del camino a seguir. Sólo si el pueblo español tomara conciencia de sí y fuera realmente protagonista de su destino, sería capaz de exigir a sus organizaciones políticas el ejercicio de una rigurosa autocrítica que llevaría a consumar esas reformas esenciales previsibles en el Título X-¦ Desde la óptica del cumplimiento con su obligación profesional, asumida en esa especial circunstancia, sólo habría que desearle al juez Garzón lo mejor tanto en su vida privada como en la pública.

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