Carne y hueso
Al trasluz | eduardo aguirre
Nada más asomar los primeros atisbos de crisis por el horizonte, creo recordar que escribí que ya le había echado el ojo a los vecinos que me pensaba comer si venían mal dadas. Todavía no le he tenido que hincarle el diente a ninguno, pero, ante la que se avecina, he ampliado mi lista de posibles zampables también a los de la otra escalera, incluso hay una bella señorita en el edificio de enfrente cuyos huesos, ya puestos en plan Hanibal Lecter, bien merecen ser utilizados para caldo. Me he propuesto no propagar en estas columnas más catastrofismo del indispensable, pero no se pueden hacer triples mortales con la verdad. La crisis de la economía me preocupa mucho, pero son ciertos políticos quienes me indignan. En situaciones de bonanza, sus rifirrafes los sufrimos como un mal menor, culebrones que ellos mismos no se creen, pero deben interpretar; sin embargo, ante los problemas que hoy nos afectan, y otros más que pueden llegar, desalienta ver que siguen enzarzados en lo suyo, en esa nada repleta de ruido y de furia, vulgar teatralización de sus discrepancias, más personales que nuestras. Si los partidos no pueden aunar esfuerzos ante dificultades colectivas, entonces la democracia es sólo un mero mecanismo electoral para que, ahora estos y después aquellos, vayan alternándose en el poder. Puede argumentárseme que la ciudadanía no quiere consensos, que vivimos en bandos ideológicos irreconciliables, pero incluso si esto fuese así, y no lo creo, ¿por qué fomentarlo?, ¿es que todo ha de girar sobre cómo retener el poder o sobre cómo conseguirlo?, ¿resulta tan difícil tender la mano abierta, decir aquí estoy? Sólo cabe hablar realmente de democracia si se cree en el otro. Lo de mi canibalismo era broma, pero el de muchos políticos es de carne y hueso.