Diario de León
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El rincón | manuel alcántara

Se le está faltando el respeto, en idénticas proporciones, a quienes les gustan los toros y a quienes les repugnan. A unos se les acusa de depravación moral y a otros de moralistas. A los primeros se les tacha de supervivientes de la España negra y de complacerse en la tortura de un animal y a los segundos se les reprocha que no sientan idéntica compasión por los jabalíes y las palomas y no di gamos por los conejitos de indias, que debieran tener un monumento en todos los laboratorios. Somos unos y otros muy malos dialécticos. Queremos llevar razón y si nos la dan no sabemos adónde llevárnosla. ¿No sería más fácil que un aficionado a los toros, por ejemplo yo, que soy el que tengo más cerca, dijera que va a los toros porque le da la gana? No está prohibido y tampoco está penado en el Código. No me enreden con arduas cuestiones morales, que las hay de mayor alcance y siempre es conveniente seguir un turno. Que no interfieran las políticas identitarias que inducen a creer que es más culto y más bueno si no se asiste a la reaparición de José Tomás. La cultura y la bondad transitan otros caminos. Deploro la pobreza argumental de los partidarios de la llamada «fiesta nacional», que no es una fiesta, sino una ceremonia. Incluso el gran Mario Vargas Llosa, que es uno de mis novelistas favoritos, incurre en tópicos dialécticos, a pesar de su clara inteligencia. No hay que decir que si prohibieran los toros habría que prohibir la langosta y el paté. Nos trae sin cuidado el destino póstumo del hígado de esos ilustres gansos y de esos egregios crustáceos y en cambio nos importa el tótem de Iberia, aunque haya nacido «para el luto y el dolor», o quizá precisamente por eso. La gente va a donde quiere ir; a una manifestación de funcionario s o a un tendido de sol y sombra. No hay que disculparse. Todos pertenecemos a la Academia de la Real Gana.

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