Los miedos alemanes
Tribuna | DIEGO ÍÑIGUEZ
Periiodista
La población alemana siente aversión al riesgo, con buenas razones hist óricas: la hiperinflación, la recesión y la ingobernabilidad trajeron el nazismo, la ruina física y moral del país. La sociedad alemana es muy sensible a riesgos considerados asumibles en otros países, sus compañías aseguradoras engordan como frailes despenseros. ¿Qué preocupa a los alemanes, contra qué miedos buscan seguridad? ¿Qué nos va en ello a los europeos del sur?
A primera vista, sorprende tanta inquietud en un país con índices de desarrollo social, económico y político envidiables, cuya economía no depende del exterior para financiarse gracias al virtuoso ahorro alemán, al que los mercados siguen teniendo como paradigma de fiabilidad. El empleo a tiempo parcial ha evitado que creciera el paro y garantiza que las empresas puedan reaccionar en cuanto se recupere la demanda exterior. La bajada del euro -”nunca popular, más de la mitad de la población querría recuperar el marco-” le beneficia.
Sin embargo, con la crisis de Grecia y del euro han aflorado miedos que el severo ministro de Hacienda debía de haber ayudado a mantener reprimidos. Se suceden las alarmas por la sostenibilidad del Estado social, el descenso del consenso social y político, el crecimiento de la exclusión y la conflictividad. La población envejece y se estanca; el sistema educativo y el mercado de trabajo no acaban de asimilar a muchos inmigrantes, en particular musulmanes de segunda o tercera generación; China ha desbancado a Alemania como primer exportador; la dependencia energética ha reabierto el debate sobre el apagón nuclear. La clase media teme por su futuro: la inquietud por el sistema educativo ha sido causa principal de la derrota de los partidos gobernantes en las últimas cuatro o cinco elecciones regionales.
Los dirigentes políticos, en fin, tienen miedo a perder. En cada elección nacional o estatal crece la abstención y alguno de los partidos sufre una debacle. Los dos grandes bajan constantemente: antes superaban el 90% de los votos, ahora no llegan al 70%. En parte porque la oferta se ha diversificado, en un sistema ya con cinco partidos nacionales. Pero también por las dudas sobre la calidad del liderazgo político, su capacidad de diagnóstico, su eficacia en tiempo de incertidumbre.
En este contexto, la coalición democristiana-”liberal ha sufrido un gran revés en el mayor estado alemán, Renania del Norte, que le priva de la mayoría en el Bundesrat y le obligará a pactar con la oposición la mayoría de las leyes importantes. Los liberales pueden despedirse de sus dos grandes proyectos: la reforma fiscal para reducir impuestos y simplificar el sistema tributario y la de la financiación sanitaria. Las críticas a Merkel por su pasividad y un estilo dirigente de «gran madre alemana por encima del debate» se han hecho más abiertas, también en su partido.
Cuando ha reaccionado lo ha hecho con vehemencia en el terreno europeo y con astucia en el nacional. La crisis del euro es «existencial» para la UE, asegura, por lo que la estabilización debe ir acompañada de unos -˜sacrificios-™ en los que cuesta no ver una expiación simbólica para aplacar a una población alemana -”más de cuyo 40% se oponía al rescate de Grecia-” que sospecha de las «ensoñaciones de bienestar» de los países del sur, pero olvida los beneficios del mercado común para un país que exporta mucho y consume poco. La prensa amarilla presiona: el día que se acordaron las ayudas, periodistas del -˜Bild-™ siguieron al alcalde de Atenas a un restaurante lujoso y le amargaron la cena.
Hacia el interior, trata de aprovechar la crisis de la dimisión del presidente federal elevando al puesto al único democristiano que podía haberle hecho sombra, el ministro-”presidente de Baja Sajonia. Y ha hecho aprobar un «paquete de ahorro» de 80.000 millones que reduce prestaciones a los parados de larga duración y las ayudas familiares, 40.000 soldados y 10.000 empleados públicos y retrasa gastos suntuarios como el palacio de Berlín, pero no toca las subvenciones, los sueldos de los funcionarios ni las pensiones.
La tasa a las centrales atómicas representa sólo una parte de lo que ganarán alargando su vida, la de las transacciones económicas sólo será efectiva si se impone en un ámbito europeo o mundial. Sus críticos se preguntan si eliminar la ayuda para calefacción a los parados ayudará decisivamente a equilibrar las cuentas públicas y a preservar el Estado social. Sus socios europeos temen que el ahorro hunda a todos de nuevo en la recesión. El miedo -”político o económico-” no siempre es irracional, pero produce reacciones que pueden serlo y traen facturas costosas.
«Europa no puede olvidar», ha dicho la canciller Merkel, «la cultura de la estabilidad que tiene Alemania y tanto costó imponer». No va a ser fácil olvidarla: los miedos alemanes, su desconfianza hacia las expectativas de los países del sur nos van a costar un sobreprecio. Es mal momento, de juego duro: la prensa económica y las agencias de valoración de riesgos angloamericanas, tan poco perspicaces mientras se gestó la crisis bancaria, maravillan hoy por su sensibilidad analizando -”con brocha gruesa y su toque de prejuicio, si no deliberada hostilidad-” las dificultades de países y monedas que le inquietaban ayer como rivales.
Entender mejor los miedos alemanes, con el olfato imprescindible para sobrevivir en la Unión Eur opea de veintisiete y en el rígido arnés de la unión monetaria, nos ayudaría a pasar mejor un trago de áspero sabor a ricino.