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León

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Tribuna | M.ª DOLORES ROJO LÓPEZ

En la sociedad actual del mundo que nos acoge se está imponiendo la necesidad de una nueva forma de pensar. La inminente losa de la palabra crisis abre las puertas a la salvadora creatividad sin la que nunca podremos remontar los momentos de fracasos, errores y despropósitos que nos han llevado a esta situación, sin ser ni siquiera conscientes de qué es lo que ha pasado mientras seguíamos con nuestra vida intentando sobrevivirla. Nos preguntamos qué hemos hecho mal, en qué nos hemos equivocado, por qué nos hallamos perdidos en un maremágnum de incertidumbres y realidades caóticas que si no son muy bien entendidas, al menos tienen el poder de imponerse como detractoras de nuestra ya dificultosa forma de vida anterior. Y llegamos a la conclusión de que son errores de otros, fracasos y nefastas gestiones de los que tienen el poder y la gloria y lo siguen teniendo. Y sin embargo, todos los dedos nos señalan como culpables de lo que no hicimos y sobre todo, responsables de la salvación de los que ahora han bajado algunos peldaños en esa vida inalcanzable para los ciudadanos de a pie que tan descaradamente se empeñaban en mostrarnos desde su atalaya de lujos inconfesables.

Tenemos que abandonar la postura del que se instala en el «casi» para llegar a conseguir la andadura del exitoso y remontar lo que nadie va a resolver por nosotros para devolvernos la dignidad arrebatada sin explicaciones. Al éxito al que me refiero no se accede con medallas, ni premios, ni reconocimientos populosos que nos instalen en el podium. No hacen falta honores cuando hemos alcanzado las metas propias con las que nos hemos comprometido desde nuestro interior con la palabra de honor más exigente que puede haber; la que nos lleva al compromiso de la excelencia en nuestra propia vida a pesar de las circunstancias que nos rodeen. El contenido de nuestro éxito nada tiene que ver con el precio de lo material pero sí con el valor de lo moral y con el sentido unidireccional de lo que cada uno puede conseguir creyendo en sí mismo. Se trata de alcanzar un estado mental que no existe en la realidad tangible, observable, medible y cuantificable. Para la mente del exitoso solo hay dos opciones: lo logré o no. Habitamos en un inconsciente colectivo donde se cree que lo completo no existe salvo como privilegio exclusivo de algunas personas con suerte, donde una calificación muy baja se percibe con el gran agrado de aprobado, donde el 51% es la mayoría que se necesita, donde la comodidad más elemental es suficiente, donde pasar a cuartos de final se considera ya un éxito, donde estar cerca del peso ideal es creer que ya se está en el. Ese razonamiento es una forma de pensar. Necesitamos una nueva conciencia. Otro tipo de mentalidad, otra forma de pensamiento donde a la persona le surja el pleno compromiso con su implícito coraje, determinación y arrojo para ponerse una meta y no parar en el empeño hasta cumplirla en su totalidad más plena. Ésta es la mentalidad que ha caracterizado a toda persona exitosa. Una sana obsesión por alcanzar el logro total y pleno hasta descansar en su conquista absoluta. Si debemos cambiar hábitos de vida, formas de pensamiento y hasta maneras de encarar el día a día con nuestros trabajos, familias, compañeros o circunstancias hagámoslo de forma que tengamos éxito. ¿De qué éxito estoy hablando?. Del personal e intransferible, de ese que nos hace sentirnos bien con nosotros mismos, del que nos lleva a remontar los fracasos, sean nuestros o simplemente nos salpiquen, de aquel que nos levante cuando todo cae, del que nos saque de la comodidad de la derrota aunque sea impuesta, del que nos sacuda y obligue a ser creativos para seguir confiando en nosotros mismos aunque todos se empeñen en señalarnos como fracasados. Porque realmente, cambiando la forma de pensar cambiaremos nuestro mundo y su percepción, y sobre todo, porque sustituiremos en nuestros adentros las emociones destructivas que tantas veces nos llevan al caos de sentir que no somos nada, que todo está en nuestra contra, que la suerte es de otros y que si tienen que llegar más desgracias seremos los primeros en merecerlas.

El que sale adelante con éxito puede no lograr algo, sí. Pero del fracaso gana la experiencia de saber lo que hizo mal para volverlo a hacer de inmediato de otra forma y emprender, de este modo, la acción con nuevas estrategias hasta lograrlo. El conformista puede no lograr algo de igual forma, pero ahí se detiene. Siente, con lo que no ha alcanzado, que lo que busca es algo que quizá no es para él y que las circunstancias lo condicionan y limitan. El que apuesta por el éxito crea las circunstancias para lograr lo que quiere además de hacer lo que sea necesario para apartar de su camino todo que no quiere. El conformista siente una comodidad y hasta cierto placer por el mero hecho de haberlo intentado con todas sus fuerzas y su mejor disposición. El que cree en sí mismo jamás siente comodidad alguna, ni la más mínima, hasta que lo logra lo que se ha propuesto.

No podemos resignarnos al conformismo de la catástrofe. Estamos obligados a salvarnos de este caos en el que nos han metido. No se trata de dejarnos caer en la desidia de lo inevitable o en la dificultad alcanzar nuestros objetivos personales en un momento en el que todo está en contra. Se trata de lo que hacemos con nosotros mismos mientras logramos las metas, cualquiera que estas sean: peso, dinero, trabajo, relación o cualquier empeño por pequeño que se nos antoje. Es la palabra empeñada en cada uno, la valentía de mantenerla, la fortaleza de proseguirla y sobre todo, la inmensa satisfacción de demostrarnos que somos capaces de ratificar nuestro logro.

No es poco el valor del intento pero lo sorprendente es que podemos ir más allá y conseguir lo que nos propongamos con la simple diferencia de la forma en la que pensamos. La satisfacción más grande proviene de cumplir nuestro propósito de vida plenamente. No antes. Debemos atrevernos a hacer lo que sea necesario para descubrir nuestro camino y luego volvernos a atrever, otra vez, a hacer lo que sea preciso para lograrlo. De esta forma ninguna crisis podrá con nosotros.

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