Cochambre
Burro amenazado | pancho purroy
Agarro una bici municipal en el jardín del Chan tre para dar un paseo por la orilla del Bernesga. La víspera, las fogatas y los fuegos art ificiales de la noche de San Juan han atraído a la multitud festera, celebrante del solsticio de verano. Del palacio de los deportes hacia la Condesa y San Marcos el paisaje es de final de batalla guarra: un revoltijo maloliente de botellas rotas de cerveza, ron, vodka, y todo tipo de mejunjes alcohólicos, adobado con bolsas de plástico, latas, tetrabriks, cartones de pizzas, cajetillas de tabaco, excrementos y vómitos. El lupanar del botellón, seguido por cientos de presuntamente educados jóvenes, ha transformado el césped, la ruta ciclista y la senda peatonal en museo de la inmundicia, vertedero al aire libre. Esforzados basureros, con mascarilla y guantes de goma, recogen a sacos lo que la plebe de sucios desalmados ha arrojado al suelo. Hay contenedores de plásticos y envases, de materia orgánica, de papel, pero da igual: que lo recojan los peones municipales, que lo nuestro es el descojono de cualquier norma de cortesía y limpieza. La España roja del fútbol, la de Casillas, Sabih, Villa y el niño Torres, es hoy la de la guarrez. Volteo la bici para huir, río abajo, de la ribera contaminada y hedionda. Hasta los gorriones y las urracas han escapado de la campa botellonera, estupefactos por el espectáculo de suciedad. En casa, dolido, escucho la radio. Joaquín Araujo habla en Radio Nacional del planeta que dejaremos a nuestros hijos, Llama un oyente y dice: -Me preocupa más los hijos que vamos a dejar al planeta. Sueño con un milagro culto: que la urbanidad, el sentido común, sofoquen a la puta cochambre, al descuido en no reciclar nuestros desechos. En el parque, el mirlo silba su canto de esperanza y amor. Arriba, bajo el dosel límpido del cielo azul de mediodía, carruseles de vencejos chillan en volatines acelera dos. Los de la escoba, atareados y cabreados, no dan abasto a re coger mierda.