Diario de León
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La veleta | antonio casado

Hace ochenta años la selección española se clasificó en cuarto lugar en unos Mundiales de fútbol (1950, Rio de Janeiro). Nunca habíamos estado tan arriba en esta disciplina deportiva. Hasta el do mingo pasado, cuando se confirmaron las mejores expectativas, generadas con fundamento en los antecedentes de un equipo con sed de victorias. Ahora ya estamos entre los ocho países, sólo ocho, que han ganado el título. Pero, por suerte, no es fútbol todo lo que reluce. Por mejor decir, lo que reluce es bastante más que fútbol. El chute de españolismo desencadenado por el triunfo de nuestra selección en Sudáfrica nos lleva inevitablemente, por ejemplo, a mirar con otros ojos el desafío de los nacionalismos periféricos, cuyos amagos han marcado nuestra reciente historia, la que cuenta desde la feliz recuperación de las libertades democráticas después de la muerte del general Franco.

Los gritos de «¡Yo soy español, español, español!, parecen destinados a contrarrestar ciertos climas de opinión, con un fuerte componente artificial, a mi juicio, sobre el supuesto retroceso de la idea de nación común. Lo hemos visto en el impresionante homenaje popular dispensado por los madrileños al entrenador y los 23 jugadores de la selección, después de haber pasado por la Zarzuela y la Moncloa, donde fueron recibidos por los Reyes, y por el presidente del Gobierno, respectivamente. Atrás quedaba un insignificante pero revelador acontecimiento de vísperas. Durante una rueda de prensa que se estaba llevando a cabo en Johannesburgo el sábado pasado, coincidiendo con la marcha catalanista de Barcelona contra la sentencia del Estatut, un periodista italiano preguntó a Xavi Hernández, que cómo se había sentido al ver ilustrada la foto del golazo de Pujol a Alemania con un «¡Viva España¡». Y el de Tarrasa respondió con naturalidad: «Pues la verdad es que me hace sentir muy orgulloso». Seguramente a Xavi ni se le pasó por la cabeza la carga intencional de la pregunta. Se limitó a responder con sentido común y sin los prejuicios que se despachan en los ámbitos políticos y mediáticos. Con más años y más trastienda que el maravilloso jugador del Barsa y de la selección nacional pero con la misma sencillez, el entrenador, Vicente del Bosque, se limitó a decir, sin forzar el argumento, sin querer dar la nota, que a todos nos iría mucho mejor si tomásemos ejemplo del espíritu de unión que ha reinado entre nuestros 23 futbolistas del Mundial. El emplazamiento ya ha cundido entre millones y millones de españoles de a pie. Ahora hace falta que cunda entre la clase política, precisamente en estas horas bajas del país, a causa de la crisis económica.

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