Parpadeos
Crónicas bercianas carlos fidalgo
El ser humano es un parpadeo de lo que ha visto, dice el rapero Nach. En 1925, el magnate de la prensa norteamericana William Randolph Hearst, quedó deslumbrado por la belleza de un monasterio. Hearst, que había hecho estallar una guerra con las informaciones tendenciosas que sus periódicos publicaban sobre Cuba y a quien Orson Welles retrató en Ciudadano Kane , se encaprichó del cenobio cisterciense de Santa María la Real, construido en el siglo XIII en el pueblo segoviano de Sacramenia, y tirando de chequera, decidió comprarlo, desmontarlo piedra a piedra, embalarlo en once mil cajas y transportarlo en barco hasta el puerto de Nueva York, donde permaneció olvidado durante años en un almacén de Brooklyn.
Comprador compulsivo de arte, megalómano y excéntrico, Hearts pretendía trasladar el monasterio hasta California, pero cegado quizá por otro capricho, perdió interés y sólo después de su muerte, dos empresarios se lo compraron a sus herederos y se llevaron las piedras a Florida, donde las montaron como quien encaja las piezas de un puzzle. Y así es como el monasterio de Sacramenia, alejado para siempre del sol castellano, se encuentra hoy al norte de Miami Beach, deteriorándose en un clima húmedo bajo el nombre de St. Bernard de Clairvaux y sus propietarios lo anuncian a los turistas como el edificio más antiguo del hemisferio occidental.
Peor suerte corrió el monasterio de Santa María de Óvila, cuyo esqueleto vacío en la localidad vallisoletana de Carrascosa de Tajo es el mejor testimonio de su expolio. En 1928, el Estado cedió la propiedad por 3.000 pesetas de la época al banquero Fernando Beloso, quién a su vez, lo vendió por partes al magnate Hearst, que volvía a tener entre ceja y ceja reconstruir un monasterio en su mansión de San Simón. Sillares y capiteles desembarcaron en el puerto de San Francisco, de donde pasaron a los almacenes y jardines del Golden Gate Park y al día de hoy, sólo su portada manierista está instalada en el Hearts Court del Young Memorial Museum.
Son casos extremos, pero síntomas del poco respeto que en el siglo XX se tuvo por el patrimonio. En el Bierzo, algo de eso sabemos. En 1975, el pintor Andrés Viloria y el fotógrafo Amalio Fernández elaboraron un catálogo con cincuenta piezas -”aras, epitafios, mosaicos, ídolos, cálices, patenas-” que se exponían fuera de la comarca. Treinta y cinco años después, ya tenemos donde exhibirlos, pero siguen igual de lejos y su número ha aumentado. Es hora de que todas vuelvan al lugar de donde salieron. Para quedarse.