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León

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Panorama | andrea Greppi

L última tragedia de Haití cumple ya seis meses. Por entonces, los medios de comunicación no hablaban de otra cosa. Hoy cuesta encontrar la más mínima referencia. Es como si no importara la gravedad del suceso, sino la noticia.

Un ciudadano bien informado puede saber que se ha creado una comisión internacional del más alto nivel para canalizar los planes de reconstrucción; que menos del 10% de los fondos comprometidos por los donantes ha sido puesto a disposición del Estado haitiano; que el proceso de reconstrucción está en marcha, aunque las carencias en seguridad, vivienda, sanidad, educación, suministro de agua y electricidad siguen siendo enormes. En general, hay al menos dos circunstancias que deberían llamarle la atención: de un lado, la clamorosa impotencia de la ayuda; de otro, la espesa capa de silencio que ha caído sobre Haití. Es interesante subrayar la relación entre dos cuestiones aparentemente tan alejadas. En efecto, la ausencia de un público capaz de exigir responsabilidades es un factor decisivo para explicar la descoordinación y la ineficiencia de las políticas de solidaridad, tanto públicas como privadas.

La inmensa maquinaria de la cooperación internacional actúa al margen de controles sociales efectivos y, por tanto, sin freno a la degeneración burocrática. Pero, para que exista ese control, y para que el control sea efectivo, es necesario que aparezca un público atento ante el que rendir cuentas, un público capaz de controlar. La pregunta es: ¿cómo se forma ese público? La formación del público requiere información, pero también, y sobre todo, continuidad en el relato de los hechos. Una opinión pública cortoplacista es ciega ante demasiadas cosas. Está incapacitada para entender, por ejemplo, que muchas de las desgracias que llegan a las pantallas de nuestros confortables hogares no son simples catástrofes naturales, sino más bien calamidades, enormes males causados por la acción o inacción sistemática del hombre (léase, al respecto, Ernesto Garzón Valdés)

La responsabilidad de los medios de comunicación en este punto es evidente, porque son ellos los que fomentan la respuesta instantánea, puramente emotiva, ante el sufrimiento, y abonan el terreno a la intervención oportunista de los políticos. En la agenda mediática no hay lugar para la perspectiva de largo plazo. Concluyo con una propuesta algo paradójica, pero más cercana de lo que parece a los problemas más urgentes de los haitianos.

Es el momento de reclamar el derecho a la contra-programación de la agenda y el deber correlativo de los medios de comunicación de incluir al menos una información al día sobre lo que pasa en algún lugar del mundo en el que no se haya producido noticia alguna