Diario de León
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En blanco | javier tomé

Puesto que ya estamos hasta el gorro de filibusteros de la política, especializados más que nada en sacar a pasear los cañones de Navarone en contra de sus rivales ideológicos, el nombramiento de Jon Gnarr como alcalde de Reikiavik es como para dar aullidos de alegría, por ser un personaje totalmente ajeno a la cohetería de artificios que al parecer lleva consigo el dedicarse profesionalmente a la cosa pública. Para empezar, el oficio anterior de Gnarr consistía en hacer reír al personal gracias a un personaje televisivo que pretendía reflejar el espíritu rebelde de la contracultura y el buen rollito. Dado que las batallas más importantes suelen librarse en el terreno de la opinión pública, semejante plataforma mediática le ha aupado hasta un cargo de tanto relieve, tras haber sido respaldado en las urnas por buen número de votantes que se declaran de esta forma suficientemente hartos de esos sermones plomizos que practican, por poner un ejemplo al alcance de cualquiera, nuestros señores Aznar y Zapatero, capaces ambos de dormir hasta a las ovejas modorronas. La cosa tiene miga, pues el programa electoral del cómico reconvertido incluye alicientes tan atractivos como el reparto de toallas en las piscinas públicas, traer un oso polar al zoo o legalizar el consumo de drogas en el 2020.

Sus contrincantes, más puristas y modositos, afirman que el estrafalario Garr tiene en la cabeza una fritanga de macarrones en lugar de cerebro. Pero el caso es que la gente está harta de más de lo mismo, así que ha apostado por dar una oportunidad a este vocacional del buen humor. La risoterapia es un valor que cotiza al alza, como prueba la sucesión de talleres y otros divertimentos referidos a tan noble arte que proliferan por todas partes y latitudes, incluida la maragata localidad de Astorga. Nada mejor que un aroma de fina ironía para ventilar el jardín santurrón y ponzoñoso de la vida.

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