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León

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La veleta | José María Romera

El sufrimiento se lleva mal con el lenguaje. Ni en los duelos ni en las enfermedades es sencillo dar con las palabras adecuadas, que cuando no se disparan a la hipérbole quedan difuminadas en el tópico o envueltas en empalagosos eufemismos. Pero hay personas especialmente dotadas para mantener la dignidad de la palabra exacta en medio de las lágrimas, y una de ellas es Maite Pagazaurtundua. Ahora la hemos vuelto a oír con un motivo más grato de lo habitual: la detención del presunto asesino de su hermano Joseba, siete años después del crimen. Ha declarado que la familia siente «alivio moral» tras recibir la noticia. El alivio no es la eliminación absoluta del dolor. Se alivia quien descarga parte de un peso que lleva encima, pero permanece todavía con la marca de la herida. El alivio suaviza la punzada y va cerrando la herida poco a poco. Lo que hace de ese alivio una sensación más valiosa es la dimensión «moral» subrayada esta vez por Maite. En estos siete años es de esperar que ella y los próximos a su hermano hayan podido procesar las sacudidas emocionales de la tragedia hasta hacerla soportable o por lo menos hasta rendirse a la evidencia de la pérdida. Pero el otro peso, el moral, de un vacío como el suyo no se aligera sólo encomendándose al paso del tiempo. Para obtener ese alivio es preciso el concurso de la justicia. Hacen falta señales de un orden recobrado, de un equilibrio restituido en la siempre insolente asimetría entre víctimas y verdugos. Aquí faltaba lo fundamental: la identificación y el hallazgo del verdugo. Y ha resultado ser un terrorista «durmiente», según la información oficial. Durmiente: otra vez las malditas palabras. Ahora formando un oxímoron algo ofensivo, porque de haber estado dormido el etarra aquel funesto 8 de febrero en Andoain no se habría llevado la vida de Pagaza. Al parecer llaman durmiente al criminal que permanece inactivo hasta que recibe la orden de matar, cumplido lo cual vuelve a la vida ordinaria sacudiéndose el polvo de la solapa como si tal cosa. Un etarra a tiempo parcial que no tuvo que huir, ni ocultarse, ni cambiar de residencia ni de identidad porque tal vez se sabía rodeado de durmientes de otra clase. La historia del último medio siglo en el País Vasco se ha escrito en medio de dos sueños, el de la cobardía y el de la complicidad. El mayor alivio producido por esta detención es el de comprobar que la justicia y su brazo más expeditivo -la policía, vamos- no duermen así pasen los años. Que hasta las tazas de café siguen despiertas, como ésta que retuvo el ADN y ha contribuido a acabar con su impunidad. Seguramente a Joseba Pagazaurtundua le habría gustado ver cuánto han cambiado las cosas.

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