Tribuna
Comer en verano
Para muchos de noso tros comer es un placer. Actualmente hay una ingente cantidad de información sobre alimentación, dietas y consumos adecuados e inadecuados de productos nutritivos. Conocemos con bastante exactitud lo que es mejor para mantener la salud corporal en lo relativo a los niveles de azúcares o grasas en la sangre y los efectos nefastos que puede tener un consumo desmedido de estos nutrientes si los usamos descontroladamente. Pero una cosa es la información y otra muy distinta la puesta en práctica de la retirada o disminución de esos pequeños placeres que nos regalamos a diario obviando su repercusión en nuestra figura o en el saludable funcionamiento de nuestro cuerpo. Las vacaciones suelen empeorarlo todo. En primer lugar nos abalanzamos a ellas con las inmensas ganas de liberarnos de una rutina que dura demasiado tiempo y en esta actitud nos sentimos abiertos a todo tipo de actos capaces de concedernos sensaciones diferentes con tal de sentir que las estamos viviendo. No hacer lo de todos los días es obligado cuando estamos en el merecido descanso pero sobre todo hacer distinto lo ineludible se convierte en un reto sin el cual no saborearemos de verdad lo que significa gozar de ese cortísimo período que estamos obligados a disfrutar al máximo. En esta categoría de actos cotidianos que deben repetirse de otra forma, está la comida. A veces nos pasamos cuidándonos con anterioridad a la puesta del temible traje de baño un tiempo prudencial en el que parece que damos el bajón necesario para sentirnos mejor dentro de él. Otras estamos dispuestos a aliarnos con las ensaladas y la proteína para compensar, in situ, los excesos de dulces, vinitos y entrantes a los que no estamos dispuestos a renunciar. Pero la mayoría de las ocasiones olvidamos la escrupulosidad que mantenemos en nuestra casa con la manipulación o la selección de los alimentos y nos adaptamos rápidamente al consumo de hamburguesas, perritos, bocatas y demás raciones instantáneas, en el chiringuito de paso o en cualquier local de comida rápida que se nos cruce. Aún empeora todo si estamos en un hotel con self-service porque a la gran multiplicidad de opciones alimenticias que el restaurante ofrece, se agrega la moderna disponibilidad de comidas por países, lo que nos motiva a probar de todo y a llenar los platos con la vista sin poder tomar todo lo elegido con el paladar, pero siempre exagerando la ingesta de lo que comeríamos en condiciones normales. La opción de pasar los días vacacionales en un apartamento suele dejarnos más tranquilos al pensar que no modificaremos nuestra saludable forma de comer en casa ya que depende únicamente de nosotros la elección de lo que programemos para el menú diario. Sin embargo, nos engañamos nuevamente y a la fidelidad de comprar lo mismo que en nuestro lugar de origen se añaden las tapas, las cañas, los helados, las cenas improvisadas que dejan olvidada la nevera que nos espera en el apartamento y un sin fin de nutritivos entretenimientos playeros que nos ayudan mejor a aguantar el sol. No obstante, sabemos que es un corto período de tiempo, que lo bueno pasa pronto y que por mucho que engordemos estando de vacaciones o nos saltemos las dietas ligadas a nuestros problemillas de salud todo volverá a ser lo mismo cuando de golpe entremos en la guillotina rutinaria del trabajo que nos espera a la vuelta. Por eso nos permitimos volver con algún kilo de más en tanto que la piel, también más oscura, está a nuestro favor para disimular los excesos.
El paraíso que parece rodearnos en vacaciones no dura mucho pero es que realmente es mejor que no sea así porque a pesar de la crisis y los recortes que todos nos hemos visto obligados a realizar en los gastos vacacionales, nadie es ajeno al exceso, aunque sea relativamente pequeño, y éste se manifiesta con demasiada rapidez con sus peores resultados en nuestro bolsillo, en nuestra figura o en la nefasta sensación del bienestar perdido que nos dirige a la vida normal con una actitud pesarosa y desganada.
La vuelta a casa puede mejorarse si logramos superar esa impresión inicial de estar regresando a la vida grisácea y monótona de todos los días. Si comenzamos por deshacer la maleta con la energía suficiente para querer restablecer el orden perdido y colocar cada cosa en su lugar nuevamente. A ese paso transitorio de volver a instalarnos en nuestro cómodo ambiente conocido puede seguirle el mirarnos al espejo con la satisfacción de haberlo pasado bien, de encontrarnos con el agrado de haber estado en contacto con paisajes, lugares personas que no nos son frecuentes, ni a veces conocidas y sobre todo de estar dispuestos a demostrarnos a nosotros mismos la fuerza de esas energías renovadas para cuya adquisición planeamos irnos. Y si la imagen que devuelve nuestro espejo tiene un aspecto más abultado de lo que estamos acostumbrados a ver, aprovechar para poner en práctica las beneficiosas combinaciones alimentarias en las que no se deben mezclar grasas con carbohidratos (filetes y patatas fritas, pasta con salsa de nata y quesos o pan con embutidos por ej). Hacer un hueco mayor en nuestra nevera para frutas y verduras, pescados frescos o carnes de ave que podremos acompañar con patatas hervidas, ensaladas o quesos frescos. Debemos consumir alimentos con un bajo índice glucémico para evitar que el círculo vicioso del hambre por falta de sensación de saciedad se produzca cíclicamente en nuestro organismo y nos lleve a comer repetitivamente. Inducir al páncreas a liberar glucógeno cuando la tasa de glucemia en sangre es baja para que reclame del hígado que eleve ésta a base de convertir la grasa del tejido adiposo en azúcares y eliminar paulatinamente estos antiestéticos acúmulos de lípidos en nuestro cuerpo a la vez que sus temibles consecuencias para nuestra salud.
Volver no debe suponer llegar peor de lo que nos fuimos. Ese no es el objetivo. Debemos convertir la vuelta en un nuevo comienzo y pensar que se trata de reencontrarnos con lo que dejamos, con una actitud diferente. No olvidemos que la posibilidad de ver las cosas distintas está solamente en nuestra forma de mirarlas, que nada o poco cambia en el exterior y que lo que verdaderamente nos hace sentir bien o mal siempre es interno. Volver a nuestra forma de vida es, en definitiva, un placer. Baste compararlo con muchas situaciones desastrosas que por desgracia les toca vivir a gran cantidad de personas para sentirnos siempre afortunados.