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León

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José Luis Gavilanes Laso

ESCRITOR

Desde hace mucho tiempo, el dinero no tiene valor en sí por ser sólo papel timbrado, pero tiene como funciones ser unidad de cuen ta, permitir adquirir otros bienes y, como depósito de valor, estar unido a la incertidumbre y al riesgo. Los bancos y cajas, sus principales receptores y proveedores, están tan ansiosos del mismo como de visones un cazador furtivo. No hace mucho que estas entidades repartían «generosamente» tanto dinero en créditos, particularmente hipotecarios, que escasos ahora de pasta y remisos a prestarla, andan voraces a su captación como el tiburón tras los bancos de sardinas. ¿Qué es lo que se han inventado al efecto los eminentes artistas de la captación de ahorros? Pues, para aumentar la liquidez, un sistema por el cual el banco o caja premia con mayor tipo de interés el dinero fresco venido de fuera que a aquél ya mohoso depositado desde in illo tempore , en el mismo producto y a igual vencimiento, por el cliente habitual. Ante este agravio comparativo, el cliente habitual reacciona airado con tanta razón como ingenuidad, con el argumento de que eso es favorecer al cliente ocasional de hoy lo traigo y mañana me lo llevo, en desconsideración al fiel impositor de toda la vida que, además de sus ahorros, ingresa ahí la nómina mensual y tiene domiciliados para su cobro un buen número de recibos. Como todos los bancos y cajas han convenido en lo mismo, con estas operaciones de mete y saca, de desprecio a la fidelidad del veterano cliente y al valor de su dinero, a los bancos y a las cajas sólo les falta colocar en el frontispicio de sus oficinas el cartel: «Sé infiel con tu dinero y no importa con quien, pero deposítalo aquí primero». Porque el banco o la caja parecen admitir e importarles un ochavo que les «engañes» con la competencia en esta suerte de contubernio monetario, al menos en teoría. Por lo cual, todas las entidades bancarias incitan a que el pobrecito ahorrador se convierta en una especie de correveidile, zascandileando a cada vencimiento con su dinero a cuestas de aquí para allá, en viajes de ida y vuelta, hasta agotar en círculo vicioso todo el circuito bancario, con el fin de poner algún euro más en su cuenta doméstica de resultados. Yo no sé si ha sido un acuerdo tácito o expreso para que el dinero contante y sonante fluya y refluya promiscuamente y sin descanso. ¿Se pensaba, acaso, que había mucho dinero recóndito por ahí escondido en huchas, medias o cajas fuertes, blanco, negro o amarillo, en Panamá o la Cochinchina, y había que captarlo? ¿O la virtud del sistema estriba en que la mayor circulación es un bien para la economía global-liberal o para cada banco o caja en particular? Mucho me temo que si esas fueron las razones que impulsaron el sistema, los resultados no han sido los esperados. El dinero es el que es, y no más, y en su gran mayoría está depositado en bancos y cajas. De modo que, con el sistema implantado, puede que el dinero haya alcanzado mayor movilidad, pero como todo ahorrador popular haga lo mismo buscando en cada momento la mayor rentabilidad, el aumento de capital de cada entidad no diferirá mucho de «lo comido por lo servido». Pues, de la misma forma que inmigra a un banco o caja dinero proveniente de otras entidades al reclamo de mayores tipos de interés, en iguales o parecidas cantidades y por la misma razón emigran a otros los dineros depositados en ese mismo banco o caja.

Lo que pasó desapercibido, no pensaron ni intuyeron los creadores del sistema, ha sido las situaciones embarazosas en que tal engendro ha puesto a los directores y empleados de las oficinas bancarias. Son personas que, por tener contacto más directo con los clientes, han de enfrentarse cara a cara a sus inevitables y justificadas quejas debido a los agravios comparativos de que son objeto, y frente a ello se encuentran sin respuesta y más impotentes que un prestamista sin usura. Tienen que refrendar ante el cliente amigo fruto de años, que la consideración que merece su abnegación es inferior a la del advenedizo desconocido llegado a ingresar un puñado de euros para llevárselos dentro de seis o doce meses. Error, grave error. En esta situación, ya no puede haber el mismo trato cordial que existía antes de este pernicioso invento que, si mis cálculos no fallan, apenas tiene unos pocos años de existencia, y ya va siendo hora de que le pongan una esquela, ataúd, inhumen o incineren de una vez. Pero para el sistema el dinero es insensible, incoloro, ciego, sordo, inodoro e insípido. Y si tuviera capacidad para responder lo haría como Vespasiano a Tito a la crítica de haber establecido un impuesto sobre los mingitorios o urinarios: «El dinero no tiene olor»; si bien, algunos tienen especial olfato para olerlo y sirve para que otros se desvivan e incluso se corrompan o se maten por él.

Luego hay otro aspecto que merece comentario y son las consideraciones del sistema sobre qué se entiende por «dinero de fuera». El sistema es tan cerrado e inflexible que, en la práctica, no permite ninguna intervención correctora. Es la máquina la que ordena y manda infaliblemente. En el acto de sacar y meter puede ocurrir, por ejemplo, que la máquina no reconozca un dinero de fuera por no ver incrementado el saldo que tienes en esa entidad, debido a que previamente, unos días antes, has sacado la misma cantidad para depositarla en otro banco o caja por ser dinero ya liberado de su vencimiento. Pero, si se registrasen los números de los billetes; ¿serían, acaso, los mismos en uno y otro caso? Por otra parte, ¿y el dinero de las nóminas que ingresas todos los meses? ¿no es un dinero de fuera? Pues parece ser que no, porque la máquina no te lo reconoce como tal. Lo que supone otra incitación para que cambies de banco o caja en la domiciliación de la nómina. Algunas entidades incluso te ofrecen como gancho algún trasto electrónico para que lo hagas. Pues, ala, al cambio de domiciliación de nómina cada dos por tres.

No quisiera cerrar este artículo sin denunciar algo de lo que he sido testigo. Según cuentan, Caja España y Caja Duero se han fundido o fusionado en una sola entidad por ahora sin cabeza, aunque, fuera del Banco de España, algunos pocos son los que lo deben saber, ya que los empleados ignoran a estas alturas qué va a ser de sus vidas ni las oficinas de sus lugares ni los impositores del destino de sus cuartos. Pues bien, en cada entidad se están ofreciendo productos financieros absolutamente discordantes, como haciéndose una competencia más desleal que las otras; y los pactados como comunes están ya listos pero sin comercializar en el mercado. Si no fuera porque uno está curado de espantos y no cree siquiera en lo que es evidente, la cosa sería para desternillarse de risa o lagrimarse de llanto. Ante este espectáculo de disparates que lo único que siembran es cabreo y desconfianza, va siendo hora de plantearse seriamente si el dinero que has depositado en banco o caja es realmente tuyo o sólo relativamente. Puede que con él se estén comprando bonos miserables en Arizona o invertido en fábrica de armas para que se maten los utos y los tutsis, chiitas o suníes, judíos o palestinos. Sin embargo, el dinero depositado en el cajón de la cómoda, la hucha o la caja fuerte ese sí es absolutamente tuyo para que trueques con él lo que te venga en gana. El riesgo de que te lo roben no es mayor en un sitio que en otro. Como decía nuestro admirado Antonio Machado: «Con mi dinero pago / el traje que me viste y la mansión que habito».