Diario de León
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El mirador | fernando jáuregui

Si hay algo que me irrita, permítame esta reflexión posveraniega, es esa pasión con la que los habitantes de este país nos dedicamos a denigrarlo. No quiero hacer política, sino un amago de sociología, y pienso que debemos alegrarnos, por ejemplo, cuando los cooperantes secuestrados por Al Qaeda regresan sanos y salvos, en parte gracias a las gestiones de un Gobierno poco explícito, en parte gracias al silencio con el que desde los medios hemos cooperado al final feliz. ¿Que ha habido que pagar un rescate? Pues claro; lo importante ahora sería impedir que los secuestradores disfruten de ese dinero. ¿Que seguramente ha habido que hacer concesiones al injusto monarca alauita a cambio de otro período de tranquilidad en Melilla? No me cabe duda: es la esencia de la política (y de la vida), donde la negociación debe de convertirse en un buen negocio, aunque también lo sea, ay, para la otra parte. Los maximalismos, en política interna o exterior, son siempre malos y tendemos a utilizarlos con demasiada frecuencia.

Lo importante, me parece, es tener la seguridad de que siempre hay alguien en la mesa negociadora, provisto de palo, cañones y zanahoria para cuando convenga utilizar unos u otra, pero que ese alguien está de nuestro lado de esa mesa. Como es importante saber que los trenes son limpios y puntuales, que las carreteras constituyen una red viaria envidiada en bastantes países de Europa, que los bomberos acuden, con medios suficientes, a apagar los fuegos, que los aviones despegan y aterrizan a su hora prevista, o que la luz se enciende siempre que das al interruptor. Y eso lo tenemos básicamente garantizado, lo mismo que una asistencia sanitaria suficiente o una educación universal a la que solamente la incompetencia de gobierno tras gobierno ha impedido tener una estabilidad conveniente.

Sé que no puede pintarse un panorama idílico cuando son tantos los problemas por los que atraviesa una parte importantísima de la ciudadanía, o cuando desde los gobiernos se hace instalar sobre nuestras cabezas una preocupante inseguridad jurídica. Ya digo que la gestión de los bienes de la empresa España, SA no siempre ha sido, ni es, la adecuada; tampoco la crítica a esa gestión ha sido siempre, me parece, del todo acertada, por exceso o por defecto. La cosa es que los españoles somos, como tantas veces me dijo el ya entonces ex presidente Adolfo Suárez, un pueblo bastante fácil de gobernar: somos poco exigentes con nuestros representantes y nos dejamos, no pocas veces, dar gato por liebre. Uno de esos gatos tengo la impresión de que es el catastrofismo que adorna tantos comentarios y actitudes que presentan a España como un Estado en almoneda, cuyas acciones valen poco en el mercado internacional. Y, si me permite, por una vez, cruzar los dedos ante el otoño temible que sospechamos, le diré que esta devaluación virtual no es sino una mala actitud colectiva, una especie de idiosincrasia que deberíamos desterrar. Creo, más bien, que la recuperación de un sentido constructivo y laborioso del Estado será un factor esencial para el comienzo de una efectiva recuperación económica. Y también, por cierto, moral, que buena falta nos va haciendo.

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