Diario de León
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Tribuna | josé luis gavilanes laso

escritor

En mi anterior tribuna sobre la risa (18 de agosto) prometí hacer una reflexión sobre un concepto concomitante, el humor. El término latino humor , con el significado de líquido, humedad, agua, era utilizado en la medicina clásica para designar ciertas secreciones internas del cuerpo humano . Según esta doctrina descrita por Hipócrates (siglo V antes de Cristo), en el cuerpo humano se distinguen cuatro humores: (sangre, atrabilis o humor negro, bilis o humor amarillo y flema o pituita), relacionados con cuatro órganos secretorios (corazón, bazo, hígado y cerebro), y a su vez, con los cuatro elementos del cosmos (fuego, tierra, aire y agua). Del predominio de alguno de estos humores en cada ser humano depende su temperamento (sanguíneo, atrabiliario o melancólico, colérico y flemático). Esta teoría pervivió durante bastante tiempo, no olvidemos que Cervantes describe al hidalgo manchego con los rasgos peculiares del colérico. Será el inglés Ben Jonson, quien pondrá al descubierto un modo de utilización cómica de los humores, aunque la vinculación a dicho término ya se asociaba en Inglaterra y en Francia a cierta excentricidad de carácter, y los humores a chanzas y extravagancias divertidas. Una persona que tiene humor , a secas, ya se entiende entonces como persona divertida. Y un personaje resulta risible en la medida que su excentricidad de carácter se destaca sobre una situación de normalidad, representada por el resto de los personajes. A lo largo del siglo XVII, la concepción del humorista como sujeto pasivo (tipo excéntrico y risible) va derivando a un sujeto activo que posee sentido del humor, al representar una excentricidad calculada. Seguidamente, en el siglo XVIII, autores como Voltaire o Madame de Staël entienden el origen y sentido del humor como la alegría producida por la combinación del ingenio y la jovialidad. Más tarde, surgirá una nueva estética del humor, basada en la ruptura de la lógica, en la incongruencia (humor absurdo), en autores como Joyce y Beckett. Pero no confundir el humor absurdo con el humor negro. Este último cuestiona situaciones sociales que generalmente son serias. Atañe a los temas más oscuros y dolorosos para el ser humano y tiene a la muerte como elemento recurrente. Es el mundo anglosajón el inventor y más proclive a practicar literariamente este tipo de humor. A Jonathan Swift, por ejemplo, se le considera el precursor al crear la broma feroz, fúnebre, macabra. Thomas Quincey, por su parte, concibe la muerte como espectáculo digno de ser visto y gozado. En edsa dirección, el estadounidense Ambrose Bierce compuso un Diccionario del diablo cuyo rasgo distintivo es la sátira y la ironía como notas lúgubres subyacentes que, sin embargo, se transforman en levedad, risa e ingenio. Bierce define la felicidad como: «Agradable sensación producida al contemplar la desdicha ajena»,.

El término humor no aparece en el Tesoro de la lengua castellana o española (1611), de Covarrubias, pero sí en el Diccionario de autoridades (1726-1739), cuya acepción del «hombre de humor» es el que posee «genio jovial, festivo y agudo». Sin embargo, hasta la decimocuarta edición del Diccionario de la Real Academia Española (1914) no aparecen los términos humorismo («Estilo literario en que se hermana la gracia con la alegría y lo alegre como lo triste»), humorista («Dícese del autor en cuyos libros predomina el humorismo») y humorístico . En la edición de 1992, el humor ya se define, aunque sea escuetamente, como: «Manera graciosa e irónica de enjuiciar las cosas». En la última edición del DRAE, el humor es definido como: «Manera de enjuiciar, afrontar y comentar las situaciones con cierto distanciamiento ingenioso, burlón, y aunque sea en apariencia, ligero. Linda a veces con la comicidad, la mordacidad y la ironía, sin que se confunda con ellas, y puede manifestarse en la conversación, en la literatura, y en todas las formas de comunicación y expresión».

En los innumerables estudios efectuados sobre el fenómeno del humor , se constata cierta ambigüedad conceptual, de forma que es muy frecuente aplicar los términos humor y comicidad a diversas formas de expresión, a través de una permeabilidad, y a veces confusión adjetival, entre sus varias acepciones significativas: festivo, agudo, gracioso, irónico, mordaz, satírico, sarcástico, grosero, etcétera. Quedémonos, entre las muchas definiciones del humor

-”concepto mucho más fácil de entender que de definir-”, con la siguiente: «Sutilísima sátira o ironía con que se juzga de las personas, de los hechos y de las cosas, sacando de tal juicio unos efectos un tanto desorbitados de la realidad, pero siempre dentro de la verdad».

Es obvio que a la sociedad la revientan los humoristas o, como pudiera corresponder en mi caso, en un grado más bajo de la escala de los cómicos, los cachondos mentales. Por ello, la sociedad mira de reojo a quienes la critican, o satirizan, a los que sugieren reformas o fustigan conductas. Digámoslo en forma de quiasmo : por su habitual postura crítica, el humorista se encuentra siempre en crítica postura. El satírico es el tipo entregado a medir la aberración de lo real respecto a lo ideal. Es un modo de combatir en pro de una sociedad más justa o menos violenta, corrupta o delictiva. Porque, la verdadera sátira, implica la condenación de una sociedad por referencia a un ideal, presupone un mundo mejor.

La sátira, como es bien sabido, nace y opera siempre que un contexto social ofrezca el suficiente número de estímulos y de agresiones morales capaces de fecundar su propia réplica en clave irónica. Al no beber en el cántaro de los que ordeñan y mandan, al no acatar prejuicios que se consideran intangibles, el humorista toma perspectivas poco halagüeñas ante quienes tienen poderes y arrastran multitudes de fieles, secuaces, clientes o pesebreros. Los que en el orden social no tenemos trabazón ni compromiso con ninguna sigla política, institucional o confesional, estamos exentos de guardar, con todos los respetos, consideración alguna con los poderes fácticos y no fácticos, lo cual nos hace cumplir con una de las principales condiciones de toda representación honrada: la sinceridad y la imparcialidad.

El humor puede ser muy corrosivo porque tiende a ridiculizar la acción del poder. El mal de ojo ha afectado siempre a aquellos que se han atrevido a hacer bromas irónicas o satíricas contra quienes ocupan un puesto relevante en la pirámide social o institucional. El Arcipreste de Hita, Chaucer, Quevedo, Cervantes, Voltaire, nuestro Padre Isla..., por poner algunos ejemplos, sufrieron cárcel, fueron perseguidos o vieron censuradas sus obras, por lo que decían o escribían, cri ticando en clave de humor aquello que no les gustaba al considerarlo impropio, impertinente o abusivo.

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