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León

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Panorama | antonio papell

Un periódico publicaba esta semana un documento de la policía que confirmaba la rumoreada pseudotregua de ETA, que podría producirse en cualquier momento. Como es sabido, Batasuna exigió a ETA en mayo un alto el fuego supervisado. El mismo periódico que proporcionaba esta información publicaba además un sorprendente editorial titulado «ETA se lo pone casi imposible a Batasuna». Del propio titular se desprendía que Batasuna lo tendría posible en otras circunstancias. Y conviene deshacer el equívoco, que se presta a engaño y que tiende a abonar las tesis de la llamada izquierda abertzale, es decir, la organización que ha jaleado a ETA durante los cincuenta años en que ha cometido casi un millar de alevosos asesinatos. El equívoco, que parece tener cierto éxito, parte de la aceptación de que hay en realidad dos actores distintos, uno terrorista -”ETA (el malo)-” y otro político -”Batasuna (el bueno)-”. De aceptarse ingenuamente esta dicotomía, resultaría que el actor político es una especie de víctima más del terrorismo. Y nada más lejos de la realidad: Batasuna es también ETA, y como mucho cabría aceptar que en el seno de la organización terrorista hay dos facciones que proponen estrategias distintas.

El Gobierno cometería un error garrafal si cayera en esta trampa (ésta sí sería una tregua-trampa), cuya aceptación ingenua aportaría dosis de respetabilidad inaceptables a Batasuna, que ha sido la organización muñidora de los crímenes, la delatora de las víctimas y la instigadora principal de la violencia. Conviene, en fin, dejar sentado que el complejo ETA, del que forman parte tanto la banda terrorista como su brazo político, que está a punto de perecer definitivamente a manos de las fuerzas de seguridad del Estado, no tiene rehabilitación moral posible, aunque sin duda el abandono definitivo, irreversible y verificable de las armas pudiera facilitar la reinserción social a largo plazo de quienes más han luchado para que fracasara la democracia española. Que no piense, pues, Batasuna que, el día que desaparezca ETA, se convertirá en un partido más. Mientras haya memoria, Batasuna seguirá siendo esa obscena entidad que ha justificado el crimen masivo para conseguir un objetivo político. Como los nazis, en una palabra, proscritos en todo tiempo y lugar. En Alemania, el Partido Nacionaldemocrático Alemán (NPD), que se considera heredero del nacionalsocialismo, es un réprobo denostado y vilipendiado por toda la sociedad, y en 2003 se intentó su proscripción a impulso de los dos grandes partidos, que fue impedida por el Tribunal Constitucional al saberse que el NPD estaba muy infiltrado por los servicios secretos alemanes, que podían haber influido en su conducta. Sin embargo, esta formación, detestada por las instituciones, está fuera de ellas, marginalizada y hostigada desde todos los frentes. Aunque, como es obvio, sus siete mil afiliados ya no persigan a los judíos. Pero el Holocausto pende aún sobre su cabeza. El paralelismo con Batasuna no es forzado: la historia no puede ser borrada de un plumazo, y quienes ahora quieren aparecer como algo distinto a ETA son los mismos que han apoyado este genocidio cometido en nombre del ultranacionalismo violento vasco. Habría, pues, que tratar este asunto con más solvencia en los medios, para que no parezca que el pecado original de Batasuna podrá borrarse con alguna gesticulación de ETA.

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