Irak
En blanco | javier tomé
Bueno, señores, pues ya se ha procedido al cambio de agujas en la martirizada Irak, una vez consumada la crónica de un disparate anunciado desde mucho tiempo atrás. Exactamente desde que al presidente Bush, del que aseguran estaba fuera de cobertura el día que repartieron el sentido común, se le metió entre ceja y ceja dar el finiquito a su antiguo amigo Sadam, al tiempo que aseguraba el aprovisionamiento petrolero y, así como de paso, vengaba en trasero ajeno e inocente la barrabasada del 11-S. Como era de esperar, el Ejército iraquí aguantó apenas un par de telediarios en esta película de miedo a la que, oficialmente, se ha puesto punto final. Puedo estar ofuscado, pero sigo sin entender el sentido último de un conflicto que, a bote pronto, ha costado cientos de miles de muertos, aparte de causar un daño irreparable en la relaciones entre Oriente y Occidente. Y eso por no hablar de la mano que se le ha echado al auténtico terrorismo islámico, que ha encontrado un perfecto caldo de cultivo en el odio que ha generado entre el agobiado pueblo de Irak la demostración de soberbia militar desplegada por los invasores de su pueblo, cegados por la conjura habitual y malsana entre osadía y estupidez.
Una vez que la vaca ha sido bien ordeñada y se ha instaurado un remedo de democracia, Irak va a quedar sola y abandonada a su suerte, mientras las diferentes facciones andan de trifulca en trifulca. Nada que ver por tanto con el florido lema de «honor, decencia y compromiso» que inspiró un conflicto capaz de romper todos los puentes de diálogo. Los impulsores de la marabunta han pasado a un discreto segundo plano, a excepción de nuestro impagable Aznar, sumido en la actualidad en el Tour Coránico 2010, una suerte de gira al estilo de los Stones. Si primero ha paseado su patriótica estampa por Melilla, ahora dicen que se va a presentar en Irak a pecho descubierto, armado tan sólo con el catecismo del padre Astete. ¡Qué hombre!