Diario de León
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Agradecimiento al Hospital del Bierzo

Hoy me he levantado a las tres de la mañana. Hoy mis ojos ojerosos me recordaban que ya era la tercera noche que transcurría sin poder dormir, sin alzar cabeza.

Pero no importaba, mi falta de sueño me recordaba, una vez más, que había cumplido, precisamente, un sueño.

Sirvan estas palabras para expresar agradecimiento. Valgan cada una de las letras para dejar plasmado, en papel, un sentimiento de profunda admiración. Todo comenzó un soleado jueves 29 de julio, cuando el destino quiso marcar, por cierto o por deseado, que mi hijo, acuciado por una insuficiente cantidad del líquido mágico, debía conocer el mundo con antelación. Y así, con casi 38 semanas, los médicos (benditos médicos) decidieron adelantar el parto.

¿El resultado? El bebé nació con un pequeño problema, o al menos así se veía en aquel momento. Quizás debería explicar un poco la historia, para que luego ustedes entiendan mi agradecimiento oportuno.

El niño, mi niño, había nacido con una infección que hacía peligrar su vida. ¿Peligrar su vida?, se preguntarán muchos lectores. Baste decir con que, con el paso de los días, dejó de respirar, y una máquina lo hacía por él. Rodrigo no respiraba y, desde luego, yo no conozco a nadie que deba sobrevivir toda la vida conectado a un respirador, y menos con unos días de vida. Pero ahí estaban ellos, ahí estaba mi familia, ahí estaban mis amigos y mis compañeros de trabajo, ahí estábamos todos. Nunca se juntó tanta fuerza para empujar por un mismo objetivo. Dicen muchos, o al menos así lo escriben, que sólo se conoce a aquel que de verdad te aprecia cuando un problema ronda en derredor. Es cierto.

El desarrollo fue tétrico, casi parecía una texto de Rimbaud, o un poema de Allan Poe. Pasara lo que pasara, según las horas dejaban atrás el reloj, todo iba a peor. Lo que había empezado con un pequeño problema, ahora tenía a Rodrigo sedado, en una incubadora, y conectado a un sinfin de máquinas, las cuales respiran por él, comían por él, le suministraban medicamento por él, e incluso expulsaban por él. Pocas horas tras el día 29, se había convertido en un ser viviente que no podría vivir.

Pero allí estaban ellos, allí estábamos todos, y de allí y de aquí mi agradecimiento. Me gustaría dedicar, aunque tan sólo unas líneas fueran, un merecido homenaje a todos los que empujaron para ayudarle, para ayudarnos. Gracias, gracias a todos. Gracias a tí, David, pediatra del Hospital del Bierzo, por ir más allá de tu simple labor profesional y hacer todo lo posible por salvarle, llegando incluso a pedir favores personales. Gracias, gracias a tí, Charo Velasco, porque apenas le conociste,pero pusiste tu grano de arena. Gracias, gracias también a los pediatras del Materno Infantil Santa Teresa de La Coruña, porque, doctor Herrero, su sabiduría supo salvar a mi hijo. Y gracias a tí también, cuya dedicación es tan exclusiva que ni aún haciendo las decenas de horas que hiciste por salvarle, quisiste quitarte importancia, más allá de mencionar tus orígenes en Santa María del Páramo. Gracias, gracias también a todas las enfermeras, porque sin duda creyeron y cuidaron de él como si de su propio hijo se tratara.

Pero no sólo debo estar sonriente con el servicio médico de una Seguridad Social que, a pesar de las muchas críticas, salvo la vida de mi hijo, y por ello les estaré plenamente agradecido. También debo sonreír al escuchar los nombres y voces del resto de personas que estuvieron detrás. Gracias, gracias a los componentes de la ambulancia que, desde el Hospital del Bierzo, y bajo expresa petición de David, voló, literalmente por la A-6 para plantarse en A Coruña en apenas un suspiro. Cómo agradecer a gente que, se jugó la vida en la carretera por salvar la de mi niño. Gracias, gracias también al cura de la Iglesia de San Antonio, que le dedicó una misa y unas oraciones. Y gracias, gracias a mi familia, gracias porque no hay duda, ellos estarán allí siempre, bajo sus nombres anónimos, bajo su vida sencilla, pero también bajo una unión infranqueable. Y gracias, gracias a mis amigos, desde ahora por siempre familia, y a mis compañeros de trabajo, cuyos nombres no destaco porque, cuando se hacen cosas por interés y no por deber, dejas de ser compañero, y pasas a ser parte de uno mismo.

No sé si sabré plasmarlo, o si sabré dejarlo escrito por la eternidad, pero querría sonreír al ver dos nombres, Hospital del Bierzo y Materno Infantil Santa Teresa, porque ellos y nadie más, consiguieron convertir, un cuerpo inerte, en un niño precioso, cuyo nombre Rodrigo, siempre marcó fortaleza.

A vosotros, que siempre os recordaré cuando le vea sonreír, a vosotros, que siempre os recordaré cuando le vea crecer, y a vosotros, cuya intención, sencillamente, fue la de poder aportar algo a una vida que, hoy por hoy, sonríe al futuro.

César Antonio López Fernández. Ponferrada

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