Diario de León
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La veleta | josé ignacio wert

Desde q ue Max Weber, hace ya casi cien años, planteara la oposición entre la ética de la convicción y la de la responsabilidad, sabemos que hay ocasiones en que la moral del político se enfrenta a opciones que deben resolverse de forma distinta a la que dictaría la moral a secas. En los últimos días hemos asistido al desenlace incruento (incruento, no feliz) del secuestro de los cooperantes Vilalta y Pascual, en poder de Al-Qaida del Magreb Islámico (AQMI) desde hace nueve meses. Pese al hermetismo oficial, parece fuera de toda duda de que, a cambio, AQMI y los intermediarios utilizados se han embolsado en torno a ocho millones de euros, además de conseguir la liberación incondicional del llamado Omar el Saharaui, autor material del secuestro, que no cumplió ni una semana de los doce años de prisión a que había sido condenado en Mauritania. No habían transcurrido veinticuatro horas de la liberación de los cooperantes cuando en Afganistán un talibán encubierto asesinó a tres españoles. No se puede decir que el dinero entregado en Malí o Burkina Faso haya financiado el crimen de Afganistán. Pero tampoco se puede negar que existen conexiones entre el terrorismo que secuestra en Mauritania y el que asesina en Afganistán. Todos son yihadistas, persiguen los mismos objetivos y, en buena medida, usan las mismas armas y técnicas.

Ante esto, se puede admitir que la ética de la responsabilidad haya priorizado la vida de nuestros rehenes. Pero lo que es simple y llanamente inadmisible es que se haya operado y justificado la operación con completo desconocimiento de la mínima ética de las convicciones. AQMI no solo ha cubierto sus objetivos materiales -”y con extraordinaria largueza-” sino que incluso ha podido pavonearse de lograr también sus fines propagandísticos, exhibiendo impúdicamente al secuestrador liberado como parte del botín. , desde luego, lo que es inadmisible, intolerable y obsceno, tanto desde la ética de la responsabilidad como de la de las convicciones, es presentar la penosa claudicación realizada como un éxito, tal como han hecho tanto Zapatero como Rubalcaba. nadmisible desde la primera, que nos consagra como el paradigma de las políticas blandas. Intolerable desde la segunda, más aun ante el dolor de la sangre derramada en Qala-e-Naw, la de tres españoles que han dado su vida por defender nuestra seguridad, la que tanto Al-Qaida como sus primos los talibanes amenazan. Obsceno, desde cualquiera de los puntos de vista, negarse a hablar de estas cosas, desconocer sus conexiones, y esconderse detrás de la razón de Estado.

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