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León

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Tribuna E nrique Javier Díez Gutiérrez 1397124194 Presidente de Hombres por la Abolición de la prostitución

Las redes de prostitución trafican anualmente un millón de mujeres y niñas destinadas a la prostitución de hombres, según Naciones Unidas. Estas redes, en ocasiones, también trafican para su explotación sexual a hombres, c omo la reciente desarticulación en León, por primera vez, de una red de proxenetas que explotaba a hombres. Pero esta explotación sigue siendo destinada habitualmente al servicio de otros hombres, e incluso cuando son mujeres sus clientes esta explotación sexual no refleja menos las desigualdades de clase, de raza, de edad o de otras relaciones de poder entre la persona que compra y la que es comprada.

Lo que nos tenemos que preguntar es por qué los hombres acuden a la prostitución actualmente, en una sociedad como la española donde no hay tal nivel de represión sexual como había hace 40 años. En una época de libertad sexual como la actual, todas las investigaciones confirman que acuden a la prostitución como un ejercicio de poder y sumisión sobre otra persona, con la que no tienen que tener ninguna consideración porque la pagan y debe estar a su servicio, convirtiéndola en un objeto de su consumo. Parece ser que muchos hombres, en las relaciones sociales y personales, en una sociedad más igualitaria en el que las otras personas piden un trato de respeto y reciprocidad, experimentan una pérdida de poder asociada a su concepción de la masculinidad, y no consiguen crear esas relaciones de reciprocidad y respeto. Son éstos los hombres que acuden a la prostitución, porque lo que buscan en realidad es una experiencia de total dominio y control. Este grupo de hombres parecen tener problemas con su sexualidad y la forma de relacionarse con el 50% del género humano, que creen que debe de estar a su servicio.

Presuponer que la necesidad sexual masculina es una necesidad biológica que no puede ser puesta en cuestión, similar a las necesidades de nutrición, contradice manifiestamente el hecho comprobado de que las personas, mujeres y hombres, pasan largos periodos de sus vidas sin relaciones sexuales (monjes, prisioneros, etcétera) ¡y sin llegar al fatal desenlace que habría tenido la privación de alimento! Los hombres debemos resolver nuestros problemas de socialización para aprender a vivir sin servidoras sexuales y domésticas.

Debido a esta demanda de poder y sometimiento por parte de un grupo numeroso de hombres las mujeres en su inmensa mayoría y algunos hombres se ven sometidas a una forma de explotación y de violencia que equivale a lo que en otros contextos correspondería a la definición aceptada de acoso y abuso sexual. Los últimos estudios en nueve países han mostrado que del 60% al 75% de las mujeres que ejercen la prostitución han sido violadas, del 70% al 95% físicamente agredidas y un 68% presentan síndromes de estrés postraumático similares a los de los veteranos de guerra bajo tratamiento psiquiátrico. En el caso de León, describen las fuentes policiales, que «eran obligados a prostituirse con una violencia y grado de coacción extrema: se les exigía estar disponibles las veinticuatro horas del día y el trato diario era tremendamente agresivo, hacinados y obligados a drogarse para estar disponibles permanentemente».

Si el problema somos un grupo de hombres, la solución, por tanto, parece obviamente que debe situarse ahí también. Los datos disponibles señalan, con una evidencia cada vez más sólida, que la solución realmente efectiva para abolir la prostitución es la persecución y penalización del cliente o prostituidor. Actuar sobre la demanda de la prostitución (es decir, castigando al cliente) tiene efectos positivos, porque es la demanda la que genera la oferta del tráfico de esclavas sexuales al servicio de esa demanda. La experiencia de otros países demuestra que la demanda cae en picado cuando se penaliza la compra de sexo. Por ejemplo, pocos años después de la puesta en marcha, en 1999, de una política de penalización al cliente en Suecia, se calcula que el número de prostitutas se había reducido entre un 30% y un 50%, y el de clientes entre un 75% y un 80%. Lo mismo ha pasado en Noruega.

La caída de la demanda en países abolicionistas como Suecia ahoga a la oferta, especialmente la que proviene del tráfico de mujeres (y niñas) con fines sexuales. Así, mientras los traficantes de esclavas sexuales logran introducir anualmente entre 400 y 600 víctimas en Suecia para saciar los apetitos sexuales de aquellos ciudadanos que son capaces de arriesgarse a una pena por comprar sexo, en las vecinas Finlandia o Dinamarca, con la mitad de la población, pero con leyes más permisivas hacia la prostitución, las mafias podrían estar infiltrando hasta 15.000 víctimas al año. Empujados por la elocuencia de estos datos, los políticos nórdicos, sobre todo finlandeses y noruegos, están optando por la «vía sueca», empezando a criminalizar la compra de sexo.

Si queremos construir realmente una sociedad en igualdad hemos de centrar las medidas en la erradicación de la demanda, a través de la denuncia, persecución y penalización del prostituidor (cliente) y del proxeneta: Suecia penaliza a los hombres que compran a mujeres o niños con fines de comercio sexual, con penas de cárcel de hasta 6 meses o multa, porque tipifica este delito como «violencia remunerada». En ningún caso se dirige contra las mujeres prostituidas, ni pretende su penalización o sanción. La novedosa lógica detrás de esta legislación se estipula claramente en la literatura del gobierno sobre la ley: «En Suecia la prostitución es considerada como un aspecto de la violencia masculina contra mujeres, niñas y niños. Es reconocida oficialmente como una forma de explotación de mujeres, niñas y niños, y constituye un problema social significativo.., la igualdad de género continuará siendo inalcanzable mientras los hombres compren, vendan y exploten a mujeres, niñas y niños prostituyéndoles». Además otro elemento esencial de la ley sueca provee amplios fondos para servicios sociales integrales sean dirigidos a cualquier prostituta que desee dejar esa ocupación; también provee fondos adicionales para educar al público para contrarrestar el histórico sesgo masculino.

La prostitución siempre ha existido, dicen. También las guerras, la tortura, la esclavitud infantil, la muerte de miles de personas por hambre. Pero esto no es prueba de legitimidad ni validez de una forma de violencia que mantiene en situación de tortura permanente a un millón de mujeres y niñas en todo el mundo al servicio de unos hombres que tienen problemas con su sexualidad y sus relaciones con el resto de la humanidad. Tenemos el deber de imaginar un mundo sin prostitución, lo mismo que hemos aprendido a imaginar un mundo sin esclavitud, sin apartheid, sin violencia de género, sin infanticidio ni mutilación de órganos genitales femeninos. Sólo así podremos mantener una coherencia entre nuestros discursos de igualdad en la escuela y en la sociedad y las prácticas reales que mantenemos y fomentamos. Educar para la igualdad exige romper nuestro silencio cómplice y comprometernos activamente en la erradicación de toda violencia de género.