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León

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Aquí y ahora | rafael torres

T an brutal y desvergonzado percibe hoy la ciudadanía a Jesús Neira, que diríase que el episodio por el que fue públicamente conocido, el de su actitud gallarda ante la agresión a una mujer, fue, por nunca repetido ni evocado en su ulterior trayectoria, de los pocos gallardos, si no el único, de su vida. Quién sabe. Pero lo que sí se sabe es que Neira, cuya conducta es tan reprobable que la compasión apenas puede atemperar el rechazo que suscita, desvela absolutamente en su caída las perversiones del sistema imperante en la Comunidad de Madrid, donde Esperanza Aguirre, con sus listas blancas y negras, su sentido patrimonialista de la política, su ligereza y su inclinación al amiguismo, ejerce su cacicazgo.

La breve historia del Neira público está trufada de sucesos amargos, el mayor, sin duda, el de su tormento hospitalario. A partir de ahí, una vez restablecido de la brutal paliza que recibió de su agresor, todo es infame: la denuncia que interpuso contra la Sanidad de Aguirre por mala atención médica, la retiró, al parecer, al ser nombrado por ella para un cargo, el de Presidente del Consejo Asesor del Observatorio Contra la Violencia de Género, tan vacío de contenido y recursos como rimbombante de enunciado. Sus insultos al presidente del Gobierno, sus burlas hacia las hijas menores de éste cuando lo de la foto familiar con los Obama, su apuesta personal por las armas de fuego o, ya a lo último, su detención y condena por conducir borracho, describen a un tipo sin fundamento al que la fama ha desquiciado su ya exagerada soberbia natural. Hay mucha gente que nunca ensayó en su vida un gesto noble, valiente o generoso, y mucha otra que, pese a haber ejecutado muchos en beneficio y socorro de sus semejantes, nunca fue reconocida. Es una pena que éste Neira, que sí pudo acariciar con las yemas de sus dedos la espuma del afecto público, haya malbaratado ese tesoro sencillo, pero valiosísimo, en aras de una preeminencia social triste, disparatada y estéril.