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León

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El rincón | manuel alcántara

Pagar o no pagar. Esa es la cuestión que se debate por el rescate de prisioneros. Según los piratas conviene hacerlo si es que deseamos verles de nuevos sanos y salvos, aunque ostensiblemente desmejorados, pero hay Gobiernos que no se muestran partidarios del trapicheo: creen que el dinero obtenido les servirá a sus captores para continuar en su repugnante negocio. Estados Unidos recomienda no ceder ante Al Qaeda, ya que siempre es más barata una corona de crisantemos y una medalla que un rescate, por mucho que se haya logrado aquilatar y apurar su precio. Según los expertos la tarifa de un rehén en Irak oscila entre dos y siete millones de euros, pero en otros lugares una vida humana está más baratita. Por fortuna se admite el regateo.

¿Qué críticas hubiera tenido que soportar el Gobierno español si se hubiera negado a pagar por la libertad de Albert Villalta y Roque Pascual? Habrían salido a relucir los opacos sueldos de los consejeros y los derroches suntuarios de las sedes autonómicas.

Ahora es fácil criticar una conducta, pero hasta que alguien no logre establecer el precio justo de una existencia, de cualquier existencia, no puede hablarse de despilfarro. De momento se están haciendo distintas valoraciones, ya que no es lo mismo un cooperante o un trabajador en zona de riesgo que un turista que haya decidido darse una vuelta por allí. Entre apoquinar a los piratas, de más o menos mala gana, y no entrar en conversaciones con ellos, siempre hay una tercera solución: pagarles y decir que no se les ha pagado. Conviene además rehuir este tipo de conversación, que es de pésimo gusto. El Estado tiene razones que la razón no conoce. Zonas de sombra por las que no es aconsejable transitar porque podemos coger una pulmonía doble por culpa del doble juego.