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León

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El mirador | cayetano gonzález

El último domingo de noviembre, el día 28, ha sido la fecha elegida por el actual presidente de la Generalitat, José Mont illa, para convocar las elecciones autonómicas en Cataluña. De esa manera se abrirá un periodo de sucesivas citas electorales, ya que en mayo del año que viene habrá elecciones municipales en toda España y autonómicas en trece comunidades, todas, menos Andalucía, Galicia, País Vasco y obviamente Cataluña. Y si el Partido Nacionalista Vasco le echa una manita a Zapatero para sacar adelante los Presupuestos del año que viene, las elecciones generales serán en la primavera del año 2012. Si los nacionalistas no le dan ese apoyo, muy probablemente el presidente se verá obligado a adelantar las elecciones al año que viene.

Pero empezando por Cataluña, la cita con las urnas el 28-N no está exenta de interés. Por un lado, la propia situación política creada en esa comunidad autónoma tras la sentencia el Tribunal Constitucional sobre el Estatuto hace que las aguas hayan bajado muy revueltas en los últimos tiempos. Al convocar las elecciones, el presidente Montilla ha dicho, en un claro exceso verbal, que el 28-N Cataluña se juega el futuro de una generación. No, lo que Cataluña se juega ese día es quién le va a gobernar los próximos cuatro años, y todo parece indicar que no va a ser ni Montilla, ni los tres partidos -”PSC, ERC e IU-” que lo han venido haciendo en coalición desde el año 2003. Todo indica que CIU volverá al poder en Cataluña tras haber estado siete años en la oposición.

Aunque sean unas elecciones autonómicas, obviamente tendrán su lectura en clave nacional. Si como predicen todas las encuestas, el PSC sufre un importante retroceso e incluso pierde la presidencia de la Generalitat, Rodríguez Zapatero no podrá sustraerse a ese resultado. Lo mismo le pasará a Mariano Rajoy si el PP, como también apuntan las encuestas, no acaba de pasar de un discreto resultado en una comunidad que es clave a la hora de sumar votos y escaños para llegar a la Moncloa. Por el contrario, a los populares les vendría bien, pensando en un futuro, que el resultado electoral situara al líder de CIU, Artur Mas, en el Palau de la Generalitat, pero sin necesidad de tener que apoyar su investidura.

Pero más allá de lo que deparen las urnas el 28-N en Cataluña, lo que sí está en juego es el encaje de esta comunidad autónoma en España. El nuevo Estatuto impulsado en su día por Pasqual Maragall y apoyado sin mucho sentido desde Madrid por Zapatero y la sentencia dictada con fórceps por el Tribunal Constitucional tras tres años de deliberaciones han removido en exceso los sentimientos identitarios y han reducido casi a pavesas el famoso «seny» catalán. El nuevo Gobierno de la Generalitat que salga de las urnas debería tener claro que los problemas concretos y reales de la gente, también de los catalanes, poco o nada tienen que ver con el sentimiento de pertenencia a una nación o con las cuestiones lingüísticas. Devolver a la política su sentido de servicio a los ciudadanos y no de generación continua de conflictos es una tarea urgente en Cataluña.