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León

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La gaveta | césar gavela

Casi treinta años después de que echara a rodar la autonomía de Castilla y León, el experimento no ha calado en la gente. Incluso quienes entendimos en aquellos momentos que la cosa tenía sus posibilidades andamos un tanto confusos, perdidos en el magma de tierras y ciudades, ríos y distancias. Más que nunca viví esa sensación este verano en Almazán, hermosa villa soriana.

Con sus murallas y alamedas, con sus calles viejas y el gran Duero joven cerrando la curva que empieza en Soria. Tierra de tiempo y de paz. Pensaba yo en Almazán en lo lejos que estaba del Bierzo. No digamos de Béjar. Del zamorano Fermoselle o de Arenas de San Pedro, esa parte de Ávila que ya sabe a Extremadura. El paisaje me sosegaba muy dulcemente. Un trenecillo pasó por allí, dentro no iba nadie. No sabía que Almazán tenía tren, pero de cuando en cuando pasa un vagón vacío, como curiosa metáfora de una provincia que es de las más bellas de España, de las más puras.

De ahí no me fue difícil regresar al irredento asunto regional. ¿Tiene sentido la autonomía castellana y leonesa? ¿Por qué no pertenece la Rioja a ella? ¿Por qué la Rioja o Cantabria tienen autonomía y la vieja región leonesa no? A partir de ahí surge, de nuevo, la estampa de un leonés político de Franco y de la democracia, Rodolfo Martín Villa, que fue quien, al parecer, determinó la existencia de una gran comunidad del Duero. Tal vez para hacer frente a los vascos en hipotéticas guerras intestinas.

Castilla y León es la comunidad que contiene el más bello elenco de ciudades de toda Europa, exceptuando la Toscana, pero esas urbes no terminan por soldarse en un proyecto común. Y eso debe ser porque hay demasiado espacio vacío alrededor, demasiados kilómetros. También, y sobre todo, porque cada una de las nueve provincias de la comunidad de Castilla y León son muy provinciales. No ha fraguado en ellas el sentimiento autonómico porque no se ve la necesidad de esa administración intermedia. Y no me alegro, no. Pero lo cierto es que la idea no ha cuajado y tampoco creo que lo haga el futuro. ¿Cuándo? ¿Cuándo España sea el país confederal y disgregable que tantos periféricos anhelan?

Me gustaría equivocarme, pero creo que Castilla y León seguirá siendo una cosa administrativa, no sentida por sus ciudadanos. Y ello pese a la loable labor de las instituciones de esta comunidad enorme. Que suena poco en el resto de España, donde la confunden con la Mancha y donde nadie sabe qué provincias la componen. Solo pita en el fútbol, con sus cuatro clubs en segunda: el Valladolid suntuoso, el numantino Numancia, el ecléctico Salamanca y la Ponferradina, de nuevo abocada a ser la dolorosa cenicienta de la categoría. Y ojalá también me equivoque ahí. El resto es silencio.

Pero uno piensa, en estos tiempos de crisis y de cambio de cultura, en lo absurdo que es que para dos millones y medio de habitantes exista una administración autonómica disgregadísima a la fuerza, nueve administraciones provinciales y más de mil ayuntamientos. No llega el dinero para tanto y somos mucho más pobres de lo que creíamos.

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