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León

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La veleta | francisco muro de íscar

Hace diez años, los países del mundo aprobaron los O bjetivos del Milenio (ODM), cuya finalidad era acabar con el hambre en 15 años. Un compromiso para calmar la mala conciencia de muchas naciones. A falta de cinco años, la situación apenas ha mejorado y los grandes dirigentes de las grandes naciones se han vuelto a reunir y han dicho que, a pesar de la crisis, a pesar de la reducción de presupuestos, es posible alcanzar el objetivo. Retórica para hacerse la foto, pocos hechos concretos que permitan ser optimistas. La gran novedad es la tasa sobre las transacciones financieras que han propuesto Sarkozy y Zapatero y que permitiría conseguir recursos extras de 30.000 millones de euros. Quieren que la Banca pague y no siempre cobre, pero si se aprobara esa tasa, el olfato dice que acabarán pagando los clientes. Pero eso a los Gobiernos les importa poco. ¿Llevarán la idea a la práctica? Su inventor, el Nobel James Tobin, la sugirió en 1972, aunque con una finalidad distinta y un éxito «descriptible». Esa tasa tiene otros inconvenientes porque mantenemos barreras y aranceles y, además, añadimos costes al libre comercio. También se ha hablado de poner una tasa voluntaria para los pasajes de avión, pero los «impuestos voluntarios» son un brindis al sol. El problema del hambre y la pobreza extrema en el mundo -925 millones de personas- es la falta de voluntad real de los Gobiernos para acabar con esa vergüenza. Ni voluntad ni dinero. Todos los países van a reducir en los próximos años sus contribuciones a la Ayuda Oficial al Desarrollo. No sólo no van a llegar al 0,7 del PIB en 2015 sino que recortan lo que dan. Europa, que aportaba el 0,51 en 2006, en 2009 bajó al 0,42 -España, el 0,46- y en 2010 será menos aún. Sólo Suecia, Noruega, Luxemburgo, Dinamarca y los Países Bajos están por encima del 0,7 por ciento. Los 23 países de la OCDE han aportado 20.000 millones de euros menos de lo que habían comprometido. El futuro no da para grandes optimismos.

Falta también control sobre el uso real de esas ayudas y cada día aumenta la brecha entre ricos y pobres. Hay, no obstante algunas esperanzas: la tasa de mortalidad de los niños menores de cinco años se ha reducido un tercio desde 1990 y hoy «sólo» mueren 8,1 millones al año; países como Tanzania, Ghana o Burundi han logrado tasas de escolarización primaria cercanas al 100 por 1 00 gracias al empleo que han hecho de la deuda pública condonada; Vietnam ha reducido el hambre a la mitad y la tasa de pobreza de un 58 a un 18 por cien. Nigeria también ha dado pasos en la inversión en agricultura. Se puede, pero no bastan las palabras ni los grandes actos para acabar con el hambre. Hacen falta hechos.