La fotogenia de Zapatero
Panorama | antonio casado
C ierto sector de los medios de comunicación, el Tea Party de la derecha española, tiene una insoportable tendencia a banalizar la crítica contra el actual Gobierno de España. Eso no le impide sugerir categorías y en base a conclusiones fijadas de antemano. Su materia prima es la anécdota, el canutazo, la frase furtiva entresacada de la liturgia. No del pensamiento o del discurso político vigente.
Su víctima favorita es Zapatero. A él se refieren con notable falta de respeto, algo impropio de profesionales. El desdén por el personaje siempre aparca el fondo de la cuestión. Se impone la chanza y el comentario superficial. Así ha ocurrido con el más reciente de estos episodios, el encuentro del presidente con el Rey de Marruecos en la sede de la ONU. Para un sector mediático de nuestro ruedo ibérico, el que suele llevar en los devocionarios una estampa de Esperanza Aguirre, la entrevista neoyorkina de Zapatero con Mohamed VI ha quedado reducida a una frase del primero, recogida por un micrófono chivato, cuando una nube de reporteros acudió a recoger la noticia gráfica: «Lo importante es la foto», comentó en voz baja en pleno posado junto al rey marroquí.
El comentario, leve, fugaz, inopinado, sirve a esos trovadores de la ruina para descifrar un supuesto pensamiento político basado en la fotogenia, mientras en Marruecos nos las dan todas en el mismo carrillo. En esta ocasión, como en otras muchas, echan una mano los dirigentes del PP. La portavoz parlamentaria, Soraya Sáenz de Santamaría, dice que «la fotogenia no crea empleo ni basta para defender los intereses de los españoles en Ceuta y Melilla». Se le reprocha al presidente que mientras se hace fotos con Mohamed VI, siempre acabamos pasando por el aro. Se apela a la necesidad de plantar cara al vecino. Que no nos siga tomando el pelo. Es el fondo de la cuestión, que no se glosa. Se ha decidido que al presidente Zapatero sólo le interesaba la foto. Asunto serio donde los haya. En relación con la política de vecindad, podemos hacer dos cosas: tratar de entenderse en los espacios de interés común («Es más lo que nos une que los que nos separa», reconoce el propio Rajoy) o, en una de nuestras habituales trifulcas bilaterales, invadir el país vecino al alba y con viento de levante, como hizo Aznar en el islote de Perejil.
Hay que elegir entre confrontación o colaboración. Zapatero ha elegido lo segundo. Si se quiere lo primero, dígase con claridad. Lo que no podemos es hacer un dos de mayo cada vez que Marruecos nos recuerde que Ceuta y Melilla son tan marroquíes como Casablanca. Y, mucho menos, suponer que un determinado comentario o la bandera que decora una entrevista con el Rey de Marruecos es la prueba de que nos estamos plegando a las pretensiones marroquíe s. Seamos serios, señores.