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León

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En blanco | javier tomé

Todos estamos de acuerdo, creo, en que nuestro León es una ciudad con mucho encanto por metro cuadrado, heredado en gran parte de un devenir histórico que este mismo año ha alcanzado su apogeo conmemorativo tras la celebración del 1.100 aniversario del nacimiento del Reino de León. Esta ciudad de alma antigua, aunque enriquecida en los últimos tiempos por filigranas de la imaginación como el Musac o el Auditorio, se ve plagada de testimonios físicos, tangibles y materiales de otras épocas imbuidas del mayor esplendor. Es el caso de la ahora remozada basílica de San Isidoro, donde se percibe el buen hacer de mi amigo Carlos Sexmilo, o del glorioso edificio de San Marcos, cuyo envoltorio plateresco rebosa de recuerdos y leyendas familiares leonesas. ¡Y qué decir de la Catedral, esa Pulchra leonina que es escudo y símbolo de la ciudad, además de centro espiritual para la feligresía local! En fin; León es custodia de increíbles tesoros en piedra, perfectamente distribuidos a lo largo y ancho de un tejido urbano salpicado de rincones simpáticos y singulares, ennoblecidos por los vestigios de un pasado único. Todo ello, sea de una u otra forma, se lo debemos a Roma, cuya autoridad universal e imperial llevaría a sus legiones a conquistar el mundo entonces conocido.

A los pies de la mismísima Catedral se halla la cripta de Puerta Obispo, lugar de ocio romano en forma de termas y también puerta de entrada al viejo campamento. Durante meses se erigió como uno de los máximos alicientes turísticos de la capital para propios y extraños, pero hace años que permanece cerrada a cal y canto por una serie de problemas administrativos derivados de una subvención prometida por la Junta de Castilla y León que, en palabras de Evelia Fernández, concejala de Cultura y Patrimonio, nunca llegaría a concretarse. Una auténtica pena, pues la cripta olvidada supone la guinda definitiva para este León que tiene algo de libro de cuentos.

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