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Y a sé que el presidente de los socialistas vascos, Jesús Eguiguren, no es precisamente un filósofo de la política y en ocasiones da la impresión de ser un hombre inquietante. Pero conoce el terreno que pisa mucho mejor que la mayoría de sus implacables detractores y confieso que comparto algunos de sus postulados, o de los que yo creo que son sus postulados. A Eguiguren, a quien tienen medio silenciado en su propio partido, el PSE, no es fácil conocerlo, ni tratarlo. Estuve con él hace más de dos años, cuando acababa de terminar la negociación con ETA, y me sorprendió la brusquedad del encuentro, aunque me ayudó con sus informaciones con destino a un libro que yo preparaba.

Pero había cierta sintonía en las ideas: como él, yo creo que sería bueno que Batasuna, o sus herederos, se presenten a las municipales de mayo. Significaría que están completando su ruptura con ETA, porque yo, como Eguiguren, estoy convencido de que esa ruptura de Batasuna con lo más cerril de la banda del horror es progresiva y sincera. ETA, hoy, es infecciosa, pierde apoyos a chorros en la sociedad vasca y se debate en la indefinición.

Yo también pienso, como Eguiguren, que Arnaldo Otegi, sobre quien lo cierto es que pesan serias, pero no definitivas, acusaciones, vale ahora más fuera que dentro. Está en la cárcel para satisfacer las demandas de los sectores que repudiaron toda negociación, aun reconociendo que, al final del túnel, alguien tendrá algunas cosas que negociar con alguien. Para nada simpatizo, claro está, con Otegi: pienso, simplemente, que nos puede ser útil para acelerar las contradicciones que matarán a la banda.

Creo que Eguiguren, como dirigente político, está perdido, al margen de que sus ideas actuales acaben por imponerse en una sociedad que quiere abandonar para siempre la pesadilla de ETA, o dejarla reducida a un efímero mal sueño: se ha convertido en el blanco de todos los ataques, y quienes quieren derribar el pacto PSE-PP de Euskadi, tan costosa y felizmente construido por Patxi López y Antonio Basagoiti, lanzan, primero, su anatema contra Eguiguren, de quien quieren sospechar que estaría en íntima y secreta connivencia con Zapatero, Rubalcaba y, en el fondo, con los mal llamados aberzales. Pero ni es así, ni las cosas son tan lineales: Eguiguren dice lo que piensa y puede que hasta piense lo que dice; en todo caso, lo siente como lo dice. Está no obstante, muy solo. Es una voz necesaria. Alguien tiene que expresar en voz alta esas opiniones, que son las de muchos, en el País Vasco, pero pocos se atreven a hablar con tanta claridad. El hecho de que Eguiguen sea un hombre un tanto abrupto, anatemizado, no da a nadie bula para callarlo. ¿Por qué silenciar esta voz, que está mejor informada que la mayor parte de quienes pretenden callarla?

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