TRIBUNA
A vueltas con la leonesidad
A parecemos en esta tierra de León ante la disyuntiva de ser cooperador o ser colindante. De estar «con» o estar «contra». Nuestro Gumersindo de Azcárate ya decía que «yo no sé si porque soy castellano, puesto que soy leonés-¦» y pregonaba allá por 1915 su homogeneidad de pensamiento. Ahora tratan de diferenciar lo leonés de lo castellano. Bien es cierto que ambas comunidades se complementan y andan unidas ondeando en la bandera de España en distintos cuarteles. (Hágase notar que si observamos la bandera cuando está reposada surge de frente y más visible que nada el león de nuestro cuartel).
Ya tuve ocasión en otro momento de distinguir entre leonesismo y leonesidad. Algunos contestaron que era una tontería. Creo que la distinción es evidente. El leonesismo es un concepto político-social, una expresión modernista, un vocablo pasajero, un ismo localizable, casi un sentimiento irrazonable La leonesidad es un pensamiento perenne en el tiempo y en el espacio; la leonesidad se lleva fuera de las fronteras geográficas, se purifica con los años, se trasmite generacionalmente.
El leonesismo puede pactar, acomodarse, incluso enmascararse. ¿Qué es sino la visión de enarbolar la bandera de León en una mano y en la otra la bandera republicana que observé en una manifestación en el arco de la cárcel en León? ¿Tiene algo que ver la leonesidad como bandera de León junto a la de la hoz y el martillo que contemplé en otra ocasión? Ese leonesismo se aleja de toda correspondencia con el sentimiento y, sobre todo, con los valores. Esto no es nuevo, ya en los años cincuenta se celebraban actos que se denominaban «exaltación de los valores leoneses». Eran situaciones perennes sin aditamentos partidistas. No hay nada más nocivo que la contaminación política para la vida de la leonesidad. Para el leonesismo poco importa que se alíe con los partidos, con la economía o con la cultura. La leonesidad está ajena a toda corrupción contaminante. Porque la leonesidad hay que mamarla en la teta de la sabiduría no en las ubres de las corporaciones.
La leonesidad debe de estar presente en todas las actuaciones políticas y culturalese. No puedo imaginar a un alcalde o concejal que presuma de leonés y conceda permiso para montar una feria delante de la catedral de León, o la autorización para tal evento delante de la gran obra modernista de Gaudí en Botines. (Esto ocurrió este mes de agosto rigiendo los destinos del Ayuntamiento de León un autoproclamado leonesista). Lo leonés se debe de desligar de cualquier otra ideología que lo desnaturalice. Cuando se introduce en la lucha política deja de tener esencia. Porque la leonesidad no es ni progresista ni conservadora, -si acaso conservar las esencias de lo leonés- pero sí lo es si se alía con los denominados progresistas o se dice conservador en la lucha política. Y la prueba de que se desvirtúa la leonesidad es que aparecen numerosas siglas para los ismos (UPL, Prepal, UPsa,PAL-UL, etcétera), con su correspondientes alianzas nacidas de la partidocracia, arguyendo que tal forma parte de la democracia. Entendemos que eso no tiene sentido ya que si la democracia es factible en la igualdad, lo debe de ser para la bondad de lo leonés no para la desigualdad de la maldad. No es posible trasladar a los consistorios la leonesidad, aunque si podría pactarse lo político de lo leonés con otros ismos.
Cuando la Unión de Pueblo Leonés se funda como partido político, asegura en el título preliminar de sus estatutos que se debe de definir lo que es «pueblo leonés», y después de hacer un análisis correcto de la historia y del territorio, y termina -como terminan todos los nacionalismos- definiendo a las relaciones actuales como una tensión frente a Castilla. Es decir, se adentra en la lucha política y emerge el nacionalismo. No es nada nuevo Alguna vez he citado a K.R. Minogue -estudioso de los nacionalismos- quien argumentaba: «Los nacionalistas describen su propia lucha política como si se tratara de un esfuerzo realizado por una sociedad homogénea contra los opresores exteriores-¦». Así nos encontramos con este leonesismo cartesiano y pseudoprogesista que vaga por los caminos de la tensión, que pacta con el mejor postor o que enarbola unas banderas ajenas al pueblo que dice defender. En una de las bases programáticas de la UPL -punto II- aluden con acierto a «potenciar y consolidar la identidad leonesa», «evitando la aculturación y adoctrinamiento pancastellanista». No había ninguna necesidad de la exclusión de una identidad que es consustancial a lo leonés (la conjunción en una misma comunidad sería motivo de otro análisis ). En definitiva que si el leonesismo se define como una «organización política leonesista» (art. 2.2 de sus Estatutos), debe de alejarse de la leonesidad y seguir por los caminos de la política- de los ismos- o de las alianzas que perjudican a lo nuestro.