Diario de León
León

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Puro vicio. A la lucha leonesa, digo. Mira que se lo había advertido su padre. Venía la nube por Lugán, que nunca falla cuando carga parda y la anima el viento, y estaba la hierba en el huerto recién cortada a guadaña. «Felipe, mete eso para el pajar que nos llueve y se moja». Pero él, venga con que se le hacía tarde, otra vez con la murga de que ese corro no se podía perder, adelante con el porfiar de que le sobraba tiempo a la vuelta, padre, que no pasaba nada, que otras tardes habían venido iguales y no dejaba de atardecer por Pico Cueto sin una brizna de agua. No era cuestión de discutir, que cuando padre se ponía serio no había lugar a parlamento. «No vayas, que se moja». Fue el cierre de la discusión. El resto es parte de la leyenda. La figura de Felipe que sale por la puerta, la confabulación de los elementos atmosféricos —porque bien se sabe que la Tierra no se para y entre girar y girar anima al resto—, la coincidencia de la chispa que prende justo donde se encabeza el primer mallo, la querencia natural del fuego a hacer amistad con lo vecino, la pira que se alimenta a sí misma en la tarde veraniega, como si desafiara a la retestera de la siesta de los perros, y la figura que vuelve a la cocina, donde todavía no hay más humo que el que se escapa del tiro de la chimenea de la cocina. «Marcho para el corro, padre, que ya no se moja».

Un claro ejemplo de suceso fortuito. Más o menos lo que le pasó a Lagun Air. No es que se gastaran 20 millones de euros en subvenciones públicas, a pesar de lo cual dejaron entre 13 y 15 millones de euros de pérdidas cuando se pararon las hélices, como atestigua el informe del administrador concursal, sino que la quiebra fue fortuita. No hará falta que los administradores respondan con sus bienes, que bien que arriesgaron en los días de champán y rosas —nota: es una metáfora—; ni que se rompan de nuevo las amistades de quienes acusaron a Ignacio Tejera de vender a León para que la Junta diera a su suegro, Manuel Lamelas, concesiones de energías renovables y luego se fumaron la narguila de la paz con el empresario tipo leonés. Fue fortuito: «Que sucede inopinada y casualmente», según el diccionario, que abunda en que un caso fortuito es un «suceso ajeno a la voluntad del obligado, que excusa el cumplimiento de obligaciones». Como que ayer estirara las patas uno de los caballos abandonados de Boñar. Claro, se acostumbró a no comer y se murió.

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