Diario de León

TRIBUNA

Energía, mentiras y verdades

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ALBERTO GONZÁLEZ LLAMAS. SERETARIO DE LA FEDERACIÓN DE INDUSTRIA DE CC.OO. DE LEÓN
León

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En los últimos meses se ha estado bombardeando con munición interesada en torno al mantenimiento de las ayudas al carbón desde diferentes vertientes. Las opiniones son dispares en función del origen de quien las haga. Pero salvo en las comunidades autónomas en las que el carbón tiene algún peso, las embestidas vienen del lado de los intereses que defienden, bien las eléctricas, bien diferentes tesis que podrían encuadrarse en términos de índole medioambientalista o ecologista.

Siendo algo compartido, y más que razonable, la orientación de una sociedad moderna al desarrollo de fuentes renovables, no lo es menos que esto es caro, propio de países avanzados pero ricos y, hoy por hoy, ningún país puede prescindir de otras fuentes. Y aun los más desarrollados, distan mucho de poder abastecer en exclusiva su demanda energética con las potencialidades que suponen las renovables. Las reseñas más recientes aportan información de una caída de la intensidad energética de la economía española del 3,6%. Y aun así, en el mix energético la contribución de las renovables fue del 12,3% en 2009, cuando la producción eléctrica de origen renovables fue del 25% del mix de generación, tan sólo por detrás del gas natural.

A partir de estos datos, las hipótesis de qué otros productos energéti cos son los que deben entrar en juego en una situación desplome de la demanda, que aventura larga su remontada, se prestan a todas las conjeturas, sin que nadie pueda convencer, con argumentos infalibles, de la necesidad de abandonar ninguno de los elementos de producción. Quienes auguran un agotamiento de las reservas, y no quitan ojo al impacto del carbón, situados hoy al lado de las gasistas y de otros intereses, se desentienden de algunas otras referencias. Se estiman que en las reservas de energías fósiles hay petróleo para 40 años, gas natural para 65, carbón para 300 y uranio para 150.

Del mismo modo, a los frenéticos defensores de este tipo de industrias por sus menores impactos para el planeta, parece que se les escapa en sus argumentos la energía que también se consume, y que debe procurarse con total seguridad, sin sujeción a que sople el viento o haya sol, agua, etc. acudiendo por ello a la generada también por el gas, carbón y el petróleo tildadas de más contaminantes, que ha sido necesaria para fabricar molinos, placas fotovoltaicas, etcétera.

Según se desprende de los propios datos de estas industrias, han de pasar 20 años para que un molino eólico haya generado 47,4 veces más energía de la que ha sido necesaria en su fabricación. Pero esos 20 años es la vida útil que le conceden sus fabricantes. Por ello debe sustituirse por otra nueva máquina, y así vuelve el ciclo a reproducir esta situación. Además, durante su vida útil hay que sumar el impacto por desgaste, mantenimiento o reposición de piezas. Si hablamos de la fotovoltaica, el rendimiento es menor. En 30 años de vida útil, habrá producido una placa 15 veces la energía que se ha empleado en su fabricación.

Apostar por un sistema energético basado en exclusiva en las energías renovables no parece estar exento de polémica ni de riesgos. ¿Sabemos a qué azares colosales puede conducir la contención o la supresión en el campo de las energías renovables? Podemos imaginarnos algunos indudables en el empleo que generan y algunas otras consecuencias económicas. El retorno a lo convencional o seguro siempre serviría como paliativo si no fuese por que a un cambio de mentalidad en el uso de una fuente energética no parece acompañarle una fácil vuelta al pasado. Pero pesan más aún las evidencias económicas que se ocultan tras esta pantalla.

Cuando un recurso ha quedado atrás, sustituido por otro, cesa por otro lado toda investigación en torno a la eficiencia productiva y, por qué no, medioambiental. Si a lo que nos avenimos es al coste económico que supone y a la eficiencia y rentabilidad, también hay cifras para todos los gustos. Para algunos, generar electricidad con carbón es gravoso para el Estado y propio de una economía que utiliza recursos caducos y contaminantes. Quienes así lo piensan o tienen gran interés en que sea visto de esta manera, lanzan mensajes a la opinión pública sobre la parte cuantitativa que todo eso supone. El año 2010 acabará con un coste para las arcas estatales de 315 millones en subvenciones a este producto. Hay que añadir otros 230 millones por la compra de mineral por Hunosa para que no cesara la actividad a causa de que las eléctricas no compran carbón desde hace un año. Aunque, cuando las compras se recuperen, esta cantidad será rescatada para el erario público. En 2009 el Estado se gastó en primas a las energías renovables 6215 millones.

Igualmente objetivo es que habiéndose reducido gradual y paulatinamente las ayudas al carbón, como exigencia comunitaria y estatal, los precios de la energía han seguido, inversamente a este hecho, una senda de imparable ascenso. La causa no es solo de las renovables. El gas y el petróleo tienen su parte de culpa. Nadie debería olvidar que nuestro país tiene una dependencia energética que algunos datan en el 88%. Junto a ello y hasta que se produjo el parón en la demanda en la que nos encontramos en nuestros días, el consumo energético se multiplicó por cinco en las últimas décadas. Esto ha favorecido la entrada masiva del gas. Añadamos al gasto en importaciones del mismo, la interesante cantidad por transferencias de 17.000 millones de euros desde España a los países productores de petróleo por el incremento de los precios de 2008. Tampoco dejarán indiferentes a los precios que entre unos y otros pagamos, contenciosos como el que se mantiene con Argelia y por los que se podría acabar teniendo que pagar 1,5 millones de Euros con carácter retroactivo a la compañía Sonatrach que ha ganado ya un laudo que le permite subir los precios del gas. Quizás todo esto explique que el KW se haya encarecido en un 51% en los últimos 6 años, justo cuando los costes por el carbón nacional se han reducido en una media del 4% cada año.

Estamos en definitiva en una guerra abierta en la que los intereses que aguardan tras las eléctricas, gasísticas y petroleras se niegan a ce der. Como en cualquier guerra sirve cualquier cosa para anular al rival. L o último es que se está ganando dinero por la venta de emisiones de CO 2 , dado que no se utilizan al estar las plantas termoeléctricas paradas. Curioso dato que debe servir para la reflexión.

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