Diario de León
Publicado por
josé luis gavilanes laso, escritor
León

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H oy es día internacional de la eliminación de la violencia contra la mujer. Entre las cosas más positivas en el haber de la II República española fue que las mujeres pudiesen participar con su voto en comicios de sufragio universal, como dictaba la Constitución de 1931 en su artículo 32, tras debate parlamentario liderado por Clara Campoamor. Ni Francia, Bélgica o Italia tenían todavía ese derecho, cuando en las elecciones del 19 de noviembre de 1933 las mujeres españolas pudieron elegir por primera vez. Hasta ese momento, la argumentación de los opositores al voto femenino se justificaba, bien por puro machismo, bien por miedo a la manipulación del influyente hombre con sotana (que faldas llaman a faldas) o por la creencia de que el país aún no estaba preparado para dar salto tan trascendental.

Derrotado el régimen republicano, que había sacado a la mujer a la calle para una larga y difícil ruta hacia la igualdad de derechos, la dictadura subsiguiente la devolvió a la sumisión, a la desigualdad y al fregadero. En un folleto de 1953, con el título de «Guía de la buena esposa» se daban reglas para mantener al marido feliz: «Sé dulce e interesante, una de tus obligaciones es distraerlo. Tu marido sentirá que ha llegado a un paraíso de descanso y orden. Prepara a los niños, son sus pequeños tesoros y él los querrá ver relucientes. Escúchalo, déjalo hablar antes, recuerda que sus temas son más importantes que los tuyos. No te quejes si llega tarde, si va a divertirse sin ti o si no llega en toda la noche. No le satures con problemas insignificantes. Cualquier problema tuyo es un pequeño detalle comparado con los suyos. Hazlo sentir a sus anchas, ten una bebida caliente lista para él y ofrece quitarle los zapatos».

Vamos, que la mujer había sido creada sólo para la «perpetuidad de la especie», la «deleitación del hombre» y el «mantenimiento del hogar». Al mismo tiempo que debía cubrirse la cabeza en señal de sumisión y vergüenza por el pecado que ella, la mujer, fue la primera en introducir en el mundo, pues no hay que olvidar que, según la doctrina de la Iglesia católica, la mujer es el cebo de que Satán se sirve para atraer al otro sexo al infierno. Y que Fémina viene de Fe y minus, porque siempre guarda menos fe. La sumisión, según este prontuario de la buena esposa, convivía entonces con un glosario de expresiones en que la mujer reducíase a simple objeto. Estamos ante el piropo. Hacia mediados del siglo XV, el piropo guardaba aún su significación etimológica de «cierta piedra preciosa», pero a mediados del XIX ya tenía el significado de «requiebro», es decir, expresión de lisonja y admiración de un hombre hacia la mujer. Siendo causa de atracción para el varón, el otro sexo se siente asimismo rechazado por el flujo menstrual, los olores y las secreciones de su compañera. De ahí el arsenal de perfumes femeninos como camuflaje de la corrupción latente. Es de sobra conocida la constatación de San Agustín: «Nacemos entre la orina y las heces». Como la actitud masculina respecto al «segundo sexo» siempre ha sid o contradictoria, oscilando de la atracción a la repulsión, de la admiración a la hostilidad, de la exaltación al vilipendio, no es de extrañar que todo lo que enalteciese a la mujer virase en dirección contraria, dando lugar a que el piropo degenerase hacia una parte baja de su fisonomía con tonos vulgares e incluso groseros. Junto a: «Con lo que se te ve y lo que se te adivina, vaya tormento para la imaginación», prodigábase el ejemplo de los marines estadounidenses, que en el repertorio de sus marchas marciales cantaban: «Nuestro sexo ha comprobado, como hay peces en el río, que las mujeres laponas, si no lo tienen helado, tienen el coño muy frío».

Dejando al margen el crimen bestial del desquiciado de turno que pasa a cuchillo a su víctima, por ser asunto de mucha más gravedad y, por tanto, merecer una consideración más profunda, en los tiempos que corren hemos pasado del piropo vulgar y grosero al puro insulto, desprecio, pedofilia en la red o agresión verbal a la hembra tomando como objetivo concreto su sexualidad. Ejemplos: El alcalde León de la Riva no ha podido contenerse verbalmente ante el rostro de una joven ministra, cuya carnosidad bilabial le levantan sabe Dios qué ensoñaciones lujuriosas. O los juegos eróticos veraces o falsos con menores de Sánchez Dragó, seguramente no por deseos de notoriedad ni cebo para mayores ventas de un libro, que ha sido siempre hombre discreto y parco de ambiciones, sino porque se lo demandaban constantemente sus muchos admiradores.

Otros se suman al carro devolviendo la hembra al fregadero: «Llega el sol y las chicas muestran con tal descaro cuáles son sus prioridades y su principal esplendor. La belleza es una característica femenina tal como el talento es una característica masculina». Lo cual nos remonta a Aristóteles revisado y corregido por Tomás de Aquino y los médicos más ilustres del Renacimiento, al considerar a la mujer un «macho mutilado e imperfecto», «un defecto en la concepción cuando no se puede hacer mejor». San Agustín ya había esclarecido que el hombre era plenamente imagen de Dios en cuerpo y alma, pero no la mujer, que sólo lo es por su alma, y cuyo cuerpo constituye un obstáculo permanente al ejercicio de su razón. Inferior al hombre, la mujer debe estarle sometida.

Claro que esto es nadería para el anónimo de internet que dividió el género femenino en dos categorías, las «violables» y las «inviolables», y que encarna como ejemplo de las primeras a doña Isabel Rodríguez García, portavoz del Gobierno de Castilla-La Mancha. Señor, Señor, ¿qué está pasan do hoy en este país de sequía o inundación, donde tan fácil es desmadrarse de los cauces legales y morales? Ahora caigo, pues, ¿qué ha de ser?, «libertad de evacuación».

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