Diario de León
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ANTONIO PAPELL
León

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L a prensa de Madrid publicaba una una larga entrevista preelectoral con Artur Mas, quien, según todas las encuestas, será con diferencia el candidato más votado el día 28, lo que lo convertirá muy probablemente en el próximo presidente de la Generalitat, bien porque logre mayoría absoluta de escaños en el Parlamento de Cataluña -los sondeos certifican que quedará cerca de los 68 diputados necesarios-, bien porque obtenga el apoyo de una minoría en la investidura, previsiblemente el Partido Popular. Pues bien: el gran titular de la referida entrevista era éste: «Zapatero o Rajoy tendrán que aceptar el concierto catalán para que CiU les apoye».

Se veía venir: con bastantes menos complejos que los de Pujol cuando negoció su contribución a la gobernabilidad con Felipe González y con José María Aznar, Artur Mas se dispone a intercambiar estabilidad parlamentaria por concesiones a Cataluña. Y va a hacerlo por dos vías: por la convencional, ya bien conocida, que dio lugar por ejemplo a los Pactos del Majestic de 1996, y por una novedosa que consiste en amenazar con la secesión si no se logran las contrapartidas exigidas. La primera fórmula sólo sirve, obviamente, cuando el partido que gobierna en el Estado no dispone de mayoría absoluta pero la segunda es eficaz en todo caso.

La tormentosa negociación del Estatuto de Cataluña, en la que la deriva nacionalista del PSC -es decir, de Maragall, de quien no supo desmarcarse después Montilla- obligó al PSOE a incurrir en flagrantes contradicciones y a renunciar a una tradición jacobina y federal nada deshonrosa, que ha relativizado los principales valores constitucionales. Afortunadamente, cuando hubo ocasión, PP y PSOE consiguieron acopiar suficiente sentido del Estado para posibilitar la alternancia en el País Vasco pero todo indica que ésta no es más que una anécdota excepcional en el invariable desarrollo de su enemistad irreductible. La rivalidad PP-PSOE ha aflorado de nuevo y acabamos de asistir a un nuevo trueque que contiene los claroscuros de una perversión: el PNV ha intercambiado apoyo parlamentario al Gobierno socialista por el desarrollo del Estatuto de Guernica hasta bordear unos límites que la más elemental prudencia recomendaría no traspasar.

En definitiva, el anuncio de Mas confirma que seguiremos sometidos al chantaje periférico, al intercambio de apoyos por competencias, al trueque puro y duro de respaldo político por jirones de soberanía. Con una particularidad: todo indica que en las próximas elecciones generales incrementarán su representación ciertas minorías, concretamente Izquierda Unida y UPyD.

No estaría de más interiorizar las amenazas antes de que surjan por si los dos grandes partidos consideran que el riesgo de desnaturalización del sistema justifica algún acuerdo que desmienta la tesis de que ambas formaciones han perdido el sentido del Estado.

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