Diario de León
Publicado por
MIGUEL PAZ CABANAS
León

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E n esta ciudad, para expresarlo sin tapujos, hay empresas que no admiten a personas inmigrantes ni para realizar prácticas. No diré si son muchas o pocas, ni desde luego los nombres, pues en estos tiempos de corrección política nadie quiere líos con la justicia, así te asista o no la razón. Tampoco va uno por ahí con una grabadora en el bolsillo, aunque hay quien hace gala de su xenofobia sin importarle quién esté delante. Lo que sí puedo garantizarles es que entre los adalides del racismo hay establecimientos de mucho postín, de esos donde la gente entra con abrigo de piel, e incluso algunos que se las dan en ciertos foros de vanguardistas e innovadores. Los pretextos, sin embargo, no suelen diferir demasiado y suscitan por igual el mismo escalofrío: la mayoría se escudan en el perfil de sus clientes («es que a la gente que viene por aquí, no le agrada ver extranjeros», argumentan), o hacen conjeturas gloriosas sobre las ventajas de nuestra raza: como si entre los españoles no hubiese gente indeseable, vagos caprichosos y pícaros incompetentes. Curiosamente te encuentras con que, en tiempos de bonanza, al propietario no le importaba tener en nómina a jóvenes inmigrantes, valga lo de la nómina, pues es bien sabido que muchos estaban sin cobertura y trabajando a destajo. Da un poco de grima ver en qué nos convertimos a poco que se rasque la corteza. Ya les digo, gente de bien, que agasaja a sus clientes de siempre, los mismos que, según queda dicho, no toleran ser atendidos por personas de piel cobriza. Porque, claro, el repudio es directamente proporcional a la oscuridad del forastero, como si la pigmentación de la piel fuese un asunto notarial. Clientes prósperos que a lo mejor luego van a misa y que se toman sus tapitas con gesto delicado. Gentuza que sigue olvidando, siglos después, que naces en este u otro continente por puro azar y que el bienestar de algunos privilegiados es fruto de la explotación de otros con menos suerte. A lo mejor dentro de nada, nuestros hijos tienen que volver a buscarse la vida en el extranjero. Hay que verse allí, con la maleta a los pies, en un lugar lejano, quizá con poco dinero en el bolsillo. La de vueltas que puede dar la vida. Arrieros somos.

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