EL RINCÓN
Hasta nueva orden
L os españoles estamos acostumbrados a recibir órdenes, sólo paliadas por su incumplimiento. Todo hace suponer que en el futuro vamos a tener una creciente nostalgia del presente y van a faltar pañuelos para despedir gente.
Hay quien cree que vamos a ser irlandeses, otros creen que nuestro destino arenoso es ser saharauis y los más pesimistas opinan que lo que nos espera es seguir siendo españoles. Estamos muy alarmados, lo que es prueba inequívoca de que aún no estamos muertos. Cuando uno fallece «pasa a la indiferencia», dicen las esquelas de cierto país de lo que antes se llamaba Hispanoamérica. A los muertos les trae sin cuidado todo. La palabra «cuidado» equivalía en épocas antiguas a zozobrar ante el futuro y sus avatares. «Dejando mi cuidado, entre las azucenas olvidado», dice San Juan de la Cruz. Mi abuela axárquica, que casi fue contemporánea suya, me decía «pierde cuidado». Le hice caso a los dos.
El futuro, por lóbrego que sea, no existe hasta que no se presente en toda su execrable y previsible dimensión. Así que a mí no me amarga la vida nadie. Ya conozco su sabor. A quién no he llegado a conocer es al -˜barman-™, a pesar de haber intentado hacerle confidencias entre la niebla. ¿Quién sabe de últimas paces? Lo que nos agobia ahora es lo inmediato, lo que sucedió ayer. La ministra Elena Salgado ha prohibido endeudarse más a seis autonomías hasta nueva orden. «Hasta aquí hemos llegado», ha dicho, pero debiera haberlo dicho esto mismo con anterioridad. Irlanda ha anunciado un drástico ajuste del que «nadie quedará a salvo», ni siquiera los españoles. ¿No seremos unos irlandeses amateurs o unos saharauis en un segundo de cal hipócrita, de esa que sale mucho en la Biblia para blanquear sepulcros, y de arena del desierto?
Nuestro carné de identidad se ha traspapelado. No sabemos qué hacer, pero lo que sí sabemos es que hay que hacer algo rápidamente. Lo único que debemos prohibirnos es caer en el desánimo absoluto. Si nos da n la orden de derrumbarnos, debemos desobedecerla.