Diario de León
Publicado por
ANTONIO PAPELL
León

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A caban de cumplierse treinta y cino años de la coronación de don Juan Carlos tras la muerte -en la cama- del general Franco, inclemente dictador que prolongó cuatro décadas el furor de la guerra civil que abrió una herida todavía no cerrada para los ciudadanos de este país. No ha habido conmemoración festiva del aniversario, y apenas alguna alusión en la prensa ha dejado constancia escrita del hecho y del paso inexorable del tiempo, que nos permite ya extender una visión en perspectiva de un reinado que, pese a la ocasional crisis económica que hoy ennegrece todos los balances, ha sido trascendental para nuestro país. Para un país que había quedado retrasado y sin pulso histórico a causa de una terrible fraccia

Se ha dicho con poca precisión pero insistentemente que el Rey Juan Carlos se ganó la Corona aquel tristemente recordado 23 de febrero de 1981 en que mantuvo firme el tipo frente a la conspiración reaccionaria que quiso abortar la incipiente y balbuciente democracia. La afirmación constituye apenas una media verdad ya que, si bien aquella firmeza produjo la cristalización de las adhesiones y de los aico de la Constitución de 1978, elaborada mediante espléndido consenso por unas fuerzas que ya poseían la legitimidad del sufragio universal

Los historiadores reseñarán sin duda en sus crónicas la tragicomedia de Tejero pero referirán sobre todo con admiración aquel prodigioso desarrollo de la transición manejada con mano diestra por Adolfo Suárez bajo la dirección atenta del propio Rey, homologable a nuestros referentes europeos. Frente a los partidarios del continuismo y la ruptura, en ese momento crucial de la histora el Rey supo canalizar las energías hacia una reforma que representó la edificación un sistema nuevo sin dar lugar a desquite alguno

Por propia voluntad, el Rey adquirió con la Constitución de 1978 un papel sencillamente simbólico, lógicamente desprovisto de todo poder ejecutivo. Como es sabido, la Carta Magna, la Constitución y las leyes, entre otras, le atribuyen el mando supremo de las Fuerzas Armadas. Este magma amorfo y bastante abstracto de competencias ha sido desempeñado siempre con inteligencia y sutileza por el monarca, quien en todo momento, en sus intervenciones públicas, ha mostrado la pauta de los propios valores constitucionales, actuando por tanto como guía e intérprete y no como promotor o hermeneuuación impulsora del proceso político. Don Juan Carlos se ha repuesto de una delicada enfermedad y todos esperamos que su reinado esté muy lejos de concluir. En este tiempo, el heredero, que posee una buena formación, ha de interiorizar por completo todos los secretos, que no son tales, del entrañamiento de la figura regia por toda la colectividad de este país.

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