Diario de León
León

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Llevaba tiempo sin salir en los papeles, pero el retorno de Rodríguez de Francisco no es el del Jedi. Nos topamos hace poco. El paseaba al perro y yo a una barra de pan. Le dije: «fuiste uno de los políticos con más sentido del humor y luego cambiaste». No me lo negó. Y es que el discurso que caracterizó su última época -bueno, también la penúltima y la antepenúltima- tenía más de zarpazo faltoso que de fina ironía. Le pregunté si echaba de menos la política activa, me dijo que ni un ápice y que su vida consistía en ir felizmente de casa a los juzgados (como abogado, se entiende). Me alegré por él. Recordé al poeta: «Qué descansada vida la de aquel que huye del mundanal ruido». Pero este leonesista nada tiene de Fray Luis. Añora el candelero municipal, en la misma medida que éste no lo añora a él. Acaba de presentar su «Caravana de la verdad y la esperanza», a modo de ja sóc aquí , no he desaparecido en el Triángulo de las Bermudas. El New York Times no asistió a la convocatoria que le hizo a los medios. Uff Mala señal.

Y sí, hubo un tiempo en que destacaba por, entre otras virtudes, saber reírse de sí mismo. Fue antes de adentrarse en el lado oscuro, por seguir con las comparaciones galácticas. Siempre le recuerdo -años ha- contándome desternillado cuando a la concejala de Cultura se le ocurrió fichar a Paco Porras para que actuase en las fiestas patronales. El vidente, experto en adivinar el futuro mediante la reputada técnica de colocarse perejil en la oreja, pidió a los organizadores que le proporcionasen un político voluntario, para su número de predicción sobre resultados electorales; se le preguntó a Rodríguez de Francisco si quería ser él, y con mucha guasa les contestó que se buscasen a otro, a ser posible en Valladolid, y si no había otro premio Nobel disponible que el tal Paco Porras, cuyas habilidades en cualquier caso entraban más en el ámbito de Parques y Jardines. Todo aquel humor sano, expresado con gran destreza verbal, se le fue pudriendo como a Macbeth la conciencia. Tras un largo mutismo, quiere regresar. Lo tiene crudo, pero yo de sus rivales no le subestimaría. Si algunos egos no se retiran jamás, menos van a solicitar la prejubilación. Renovarse o rugir.

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