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León

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Para cuando Karl Marx llevó El Capital a la imprenta ya estaba el clan de los nanetes apostado en las entrevías de León, emboscado a la espera del momento de abordar el poder, de infiltrarse en la política que, hoy por hoy, es el único negocio floreciente de los que existen en León. Parece que los nanetes no están, pero llevan ahí toda la vida. Y es ahora, en momentos críticos, cuando su concurso se hace necesario, cuando dejan el bajo perfil, el rol crónico de teloneros al que han sacado punta a lo largo de los años, y se embarcan en tareas ejecutivas; de las que exigen músculo y materia gris, acción y reflexión, encargos y recados. El clan está para todo. A los nanetes se recurre en León como Zapatero recurre a Rubalcaba, por la misma razón que los guionistas de Pulp Fiction introducen al señor Lobo en escena. Nadie sabe tapar agujeros como ellos. Nadie cumple mejor con esa misión. Ahora que es preciso matar para no morir. Ahora que los armarios están repletos de cadáveres, que las víctimas se cuelgan de las barandillas de las azoteas, ahora que hay que disimular las manchas de los excesos, toma el clan el control de cada esquina, para sancionar y fiscalizar los movimientos. Santo y seña. Y al que no acierte, al díscolo, al ajeno al régimen, al que ponga en riesgo el orden establecido, se le paga en especie, con el trato que relacionaba a las bandas del Carnicero con las pandillas de los Conejos Muertos del Padre Vallon, allá cuando se gestó el argumento de Gangs of New York . Los nanetes forman parte del paisaje y pasan desapercibidos. Hasta que ejecutan la tarea. Sólo a ellos se pueden atribuir gestas tales como que un puesto de alta cualificación en gestión ferroviaria, reservado de salida para un ingeniero superior, se reserve para alguien que apenas superó segundo de bachillerato. Son tributos al vasallaje que nadie está dispuesto a asumir, que muy pocos pueden realizar. Guarden las confidencias en las barras de los cafés a horas de máxima afluencia; excusen los comentarios desairados a la gestión política; muérdanse la lengua antes de lanzar un exabrupto que comprometa la buena imagen de los protegidos por el clan. De lo contrario, no se extrañe de represalias, de sustos mayores. En los próximos meses, la tribu debe sostener el edificio. Sin ellos, corre riesgo de ruina. Sólo por ellos se mantiene en pie.