Diario de León
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ANTONIO PAPELL
León

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E l fenómeno Wikileaks, cuya última expresión es la gigantesca filtración de un amplio repertorio de la correspondencia diplomática de la Secretaría de Estado norteamericana, representa una brusca y radical novedad en el sistema informativo global. En efecto, hasta ahora, la relación entre los medios y los poderes políticos se establecía a través de una dialéctica bien conocida y consagrada por el uso: la prensa, depositaria de la libertad de expresión, tenía la obligación de forzar la transparencia de las instituciones, el deber de dar a la luz cuanto los poderes deseaban ocultar. Pero en este esquema tradicional ha surgido ahora un tercer actor, de origen ignoto aunque procedente de la sociedad civil: la organización Wikileaks, dirigida por el periodista Julian Assange pero totalmente opaca en su composición y funcionamiento, se ocupa alumbrar, de forma sistemática e indiscriminada, toda la información oculta a la que consigue acceder. De momento, la -˜víctima-™ ha sido la administración americana, pero WikiLeaks, que mantiene una web en Suecia (wikileaks.org), tiene vocación universal. O sea que nadie está a salvo: los gobiernos, democráticos o autoritarios, han de ocultar sus secretos bajo siete llaves y echarse a temblar.

Tras la filtración, la posición de la prensa convencional es delicada: a los medios seleccionados por la propia Wikileaks, cinco rotativos de prestigio mundial, les corresponde organizar el colosal acervo disponible, estructurarlo, darle sentido, comunicar en fin a la opinión pública aquellos aspectos novedosos de las políticas que han sido desentrañadas. En este proceso, se mantienen expresamente los criterios de proteger a las fuentes y de no revelar aquello que pueda poner en peligro a personas. Pero es claro que, para valorar este proceso informativo, faltan algunos datos fundamentales, sin los cuales no desaparece plenamente la sospecha de una gran manipulación. Porque, en efecto, permanecen sin respuesta algunas preguntas cruciales: ¿quién financia todo esto? ¿Por qué se han filtrado unos documentos y no otros?

El carácter informal y asistemático de Wikileaks obliga asimismo a formular algunos criterios deontológicos, previos a cualquier otra consideración: es demasiado simple la idea de que toda información reservada por el poder ha de ser publicada por simple exigencia ética. En España, por ejemplo, los medios han tenido que silenciar en muchas ocasiones alguna información para no dar oxígeno al terrorismo de ETA. Todo ello conduce a una conclusión ambigua: el papel de Wikileaks es respetable mientras no se demuestre lo contrario; sin embargo, las filtraciones deben ser tomadas con gran cautela, tanto en sí mismas cuanto en su contenido. Sólo el tiempo, tras la digestión de las noticias, permitirá afinar los juicios sobre el particular.

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