EN BLANCO
Navidadmanía
Señoras y señores: soy portador de buenas noticias. Es verdad que estamos sumidos en plenos rigores del invierno y de la crisis, pero no es menos cierto que tanta desdicha va a quedar aparcada durante unos días debido al espíritu del polvorón, ese ejercicio de memoria afectiva que guarda como oro en paño todo un tesoro de anécdotas y costumbres. La conmemoración del nacimiento de Jesucristo reviste los ropajes de gran acontecimiento anual, provocando que el común de los mortales se precipite en una vorágine de compras y dispendios. Mirando el asunto con cierta altura de miras, nada mejor que la Navidad para paliar la realidad tan negra y amarga que padecen los comercios tradicionales de León, afectados como todo el mundo por una pandemia regresiva que ya veremos adónde nos lleva. De momento, y aunque no pienso agobiarles con buenos consejos, pues eso queda para los padres espirituales, sí que resulta conveniente desgranar una serie de normas encaminadas a reafirmar la elegancia del festejo.
Ya saben ustedes que vivimos en un desasosegante estado de alarma, dispuesto supuestamente para atajar los desmanes y pataletas del travieso colectivo de controladores aéreos. No es así, pues en realidad se ha programado para controlar a esos Papas Noeles barrigudos, intrusos y descarados que pueden verse trepando por las fachadas de León, dispuestos a asaltar de mala manera y mediante escalo la tranquilidad de los hogares. Y lo que es más importante, semejante edicto tiene como primer y loable objetivo tener bajo control el habitual y narcotizante especial televisivo de Raphael, cuyo santo y seña es ese tema de «El tamborilero» que hace berrear hasta a las ovejas modorronas. Dios bendiga tan nobles propósitos gubernamentales.