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JOSÉ LUIS GAVILANES LASO. ESCRITOR
León

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Tan extraordinarios eran los hechos de los conquistadores españoles de América, que el relato estricto que de ellos hacían los cronistas parecían maravillosas novelas de aventuras. La realidad sobrepasaba la ficción, y por lejos que llegase la imaginación, la verdad que ofrecían las tierras del otro lado del Atlántico no le iban a la zaga. Era inevitable que existiesen mutuas interacciones entre los hechos históricos y la literatura de creación, entre lo verdadero y lo imaginario, engendrando cierta confusión en la mente de todos.

De ahí que estos argonautas regresasen con noticias de islas misteriosas habitadas por amazonas, seres fabulosos, riquezas sin límites y positivas indicaciones de la proximidad del paraíso terrenal. Posteriores viajes lo eran para asegurarse por propia experiencia de la veracidad de lo que se contaba. Entre aquellos cronistas, Bernal Díaz del Castillo relata en su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España , territorio azteca que luego recibiría el nombre de Méjico, el espectáculo admirable de ciudades y villas levantadas sobre el agua, que parecían de encantamiento como las inscritas en el Amadís.

La realidad superaba la ficción, aunque a veces resultase tan inverosímil como la de los libros de caballerías, merecedores por ello de ser pasados por el fuego en el escrutinio que hace Cervantes en El Quijote . Era tan extemporáneo y sorprendente lo que se presentaba a los ojos del cronista, que no sabía cómo contarlo para que no pareciese bulo o patraña, pues eran cosas nunca vistas ni oídas ni aun soñadas.

Tan asombrado como los conquistadores ha quedado un servidor ante lo que cuentan las fanfarrias oficiales de la reciente conquista, que no por las armas sino por las letras, de un par de centenares de ilustres leoneses y castellanos sin mancha, como huestes literarias capitaneadas por la aguerrida María José Salgueiro en tierras mejicanas de Guadalajara, capital del estado de Jalisco. Esas crónicas cuentan que la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, como congregación literaria más importante de habla hispánica, ha resultado todo un festival cultural. Castilla y León ha sido este año invitada de honor por ser una comunidad modélica y dinámica en múltiples aspectos, y por ello forjado un espacio de encuentro, diálogo y respeto entre las realidades que la conforman y definen, contribuyendo desde antes y después de su implantación al progreso y desarrollo de España, Europa y el resto del mundo. Castilla y León, fundidas en una para todos y todos para una, como los mosqueteros de Dumas, ha ofrecido a los manitos tapatíos sus distintos valores culturales, desde el patrimonio histórico y artístico hasta la riqueza natural y paisajística, pasando por la gastronomía. Por todo lo cual, gracias a esta feria, hay que vaticinar el enorme impulso y desarrollo que va a tener a partir de ahora nuestra industria editorial; y por simpatía nuestra gastronomía, nuestra importancia turística y nuestra vena artística. Lo cual acarreará sin ninguna duda imaginable una subidón de prestigio a las editoriales leonesas, las invitadas y las no invitadas al evento, considerable aumento en la venta de libros, así como la salida para aquellas tierras de chorizos de Geras, de magdalenas de Astorga, de cecina de chivo de Vegacervera, de nicanores de Boñar, de Lazos de San Guillermo de Cistierna, de vinos Bierzo y Prieto Picudo, de Alubia de La Bañeza, de tomates de Mansilla, de pimientos de Fresno, de morcilla de León y botillo del Bierzo, de truchas y lúpulo de la Ribera, de queso de Valdeón, de puerros de Sahagún y de titos de Corbillos. A lo que habrá que añadir los miles y miles de iberoamericanos e hispano hablantes de Estados Unidos que vendrán ex professo a nuestra región para contemplar las maravillas del moderno y contemporáneo arte que exhibe el Musac. Como consecuencia de este milagro, todo el entramado económico subsidiario: construcción, hostelería, comercio, etc, se verá sustancialmente favorecido. Y otra consecuencia más fulminante todavía, la social. Por fin veremos disminuir vertiginosamente el paro laboral y el retorno de nuestros hijos al solar que hubieron de abandonar. Lo único que resta para saber más de esta gloriosa aventura comunitaria (bien que se trata de un simple pormenor sin importancia pues se ha de rembolsar con requetecreces) son los euros que la Junta ha desembolsado para su realización, pues las crónicas oficiales nada dicen al respecto.

Sin embargo, un conocido mío, triste, melancólico y poeta algo irónico él, Gavilaso de León, por ver todo esto de manera torticera, dice que lo de la feria de Guadalajara va a tener para los leoneses un desenlace igual o parecido al del famoso cuento de la lechera. Según nos lo cuentan a su modo Esopo, don Juan Manuel y Samaniego, el contenido del cubo asentado sobre la cabeza de la joven lechera habría de fundirse en mantequilla con cuya venta se comprarían huevos que a su vez darían pollitos trocados luego por un vestido precioso para conquistar por último a un apuesto molinero. Pero, eh aquí que, mientras la lechera meneaba la cabeza diciéndole al garboso galán «no» queriendo decir «sí», como suele o solía acontecer con las damas para más encandilar al caballero, el cubo de leche acabaría cayendo al innoble suelo, y a hacer puñetas leche, mantequilla, pollitos, vestido de novia y encelado caballero.

He intentado convencer a mi amigo para que desista de su negro pronóstico, pero él ha seguido en sus trece, insistiendo poéticamente en lo mismo: «Oh loca fantasía, que fabricas palacios en el viento! Modera tu alegría, no sea que saltando de contento al contemplar dichosa la mudanza, se quebrase tu cantarilla de esperanza. No seas ambiciosa de mejor o más próspera fortuna; que vivirás ansiosa sin que pueda saciarte cosa alguna. No anheles imprudente bien futuro, mira que ni siquiera el presente está seguro».

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