Diario de León
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ANTONIO PAPELL
León

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Constituido ya el nuevo parlamento de Cataluña, Artur Mas va a convertirse al fin en presidente de la Generalitat tras haber ganado las tres últimas elecciones autonómicas catalanas: las del 2003, primeras a las que ya no concurrió Jordi Pujol, las del 2006 y estas últimas, en las que ya no ha sido posible la reconstitución del 'tripartito' que ha gobernado, con Maragall y con Montilla al frente, en las dos últimas legislaturas

La alternancia política acaecida en el 2003, cuando Jordi Pujol cerraba su inefable estancia de 23 años en el poder, y la llegada al gobierno de la opción alternativa, el PSC, en coalición con las otras dos fuerzas de izquierdas, han constituido un ciclo político que tiene aspectos totalizadores y, en cierto sentido, ubica a Artur Mas no al final de una etapa sino al comienzo de otra. En otras palabras, si Mas hubiese tomado el testigo de manos de Pujol, su ejecutoria hubiera tenido que vincularse inevitablemente al precedente; ahora, en cambio, inaugura un período tras clausurar otro, lo que le concede una inmensa capacidad de iniciativa y una gran libertad de movimientos. En cierta manera, la Cataluña de Artur Mas está, como la de 1980, estrenando autonomía, no tan espléndida como el nacionalismo habría querido pero mucho más profunda que la que los predecesores tuvieron que balbucir en aquellos difíciles principios en que la descentralización era un ingrediente inseparable de la democratización.

Mas es en definitiva dueño de unas expectativas virginales que puede acometer sin grandes condicionamientos. Puede ser original y pulsar nuevas fibras de futuro o recluirse en la introspección y mantener el ensimismamiento que tantas veces ha frustrado el futuro de Cataluña. En este sentido, el constitucionalista Francesc de Carreras, poniéndose quizá la venda antes de la herida, ha aconsejado a Mas rectificar dos ejes de la política pujolista, que paradójicamente han sido milimétricamente seguidos también por el 'tripartito'. Y en primer lugar, debería abandonar el victimismo

Esa cierta decadencia de Cataluña, que es real quizá no sea tan notoria como afirman algunos nostálgicos patriotas, no es consecuencia de la hostilidad del enemigo exterior. Y el propio Carreras recuerda, a modo de ejemplo bien oportuno, que el AVE Madrid-Barcelona no llega aún a Francia por los retrasos debidos a la interminable polémica catalana de por dónde debía cruzar Barcelona, que generó años de retraso.

En segundo lugar, Carreras recomienda a Mas que ponga fin al esotérico debate sobre las llamadas «relaciones entre Cataluña y España», sobre el «encaje» entre dos 'naciones' que el nacionalismo debe eternizar para que su discurso no se agote.

Quizá sea ingenuo aspirar a tanto, pero si Artur Mas dieran pasos en ambas direcciones, este país habría empezado a construir sus grandes euquilibrios de madurez, capaces incluso de permitirnos afrontar las crisis con mucha mayor solvencia que actualmente.

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