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Publicado por
León

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Más de dos mil extranjeros entraron a lo largo de este año en el circuito de los servicios humanitarios que prestan en la provincia las oenegés o asociaciones que desarrollan una ejemplar labor de ayuda a inmigrantes e indigentes sin ningún tipo de recurso económico y en situación de exclusión social. El desgarrador relato sobre la situación que se hace en el magnífico reportaje que hoy abre este periódico concreta también que alrededor de trescientas personas han vagado en los últimos doce meses por las calles de la capital. Esas dos cifras cierran el descorazonador balance provincial del Año Europeo de la Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social, que paradójicamente ha hecho crecer de forma alarmante ambos fenómenos, con una particularidad especialmente llamativa: la feminización de la indigencia, que no sólo empieza a ser importante por número sino también, y sobre todo, por la severidad de las formas.

Dibujado por la grave crisis que afecta al país, el perfil del vagabundo, del indigente o del excluido social rompe el estereotipo clásico y en esas definiciones no sólo caben ya personas venidas del fracaso económico en sus diversas variantes o de la ruptura familiar, sino también jóvenes víctimas del paro continuado, para muchos de los cuales una carrera universitaria no ha servido de nada. Compartir piso o volver a casa de los padres en esos casos no es una solución al problema, sino parte del mismo problema. Con ser malas, las cifras que regularmente nos ofrece la Encuesta de Población Activa son siempre mejores que la situación de la calle y que la realidad de un problema que es fundamentalmente político pero, como en muchos otros casos, también social, porque alguna responsabilidad tendremos individualmente cada ciudadano respecto a la situación de los demás. Los versos anónimos escritos en una pared con los que se cierra ese reportaje condensado en cuatro páginas apuntan en ese sentido: «Llamamos a los muertos,/ ellos responden./ Llamamos a los vivos,/ no responden./ Las hojas secas crujen cuando se pisan,/ las verdes no». Quizá la miseria no esté tanto en las calles como en las personas.

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