Diario de León

Iglesia, financiación y conciencia

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Bajo el título «El dinero de Dios lo pone el Estado» publica hoy este periódico un excelente reportaje con el que ni mucho menos se pretende levantar ampollas ni reabrir un debate que parece cerrado. De manera muy sintetizada viene a concretar la información que siete de cada diez euros manejados por la Iglesia Católica proceden de la asignación tributaria del IRPF y de subvenciones públicas y que las diócesis de León y Astorga reciben dos millones de euros más al año desde que se amplió ese pequeñísimo porcentaje. Pero al margen de la frialdad de las cifras, entre líneas también puede leerse que la crisis reduce el cepillo un 10%. Y eso sí que invita a la reflexión.

Parece claro que el aumento de los ingresos tiene más que ver con la desaparición del llamado «impuesto eclesiástico» que arrancaba del compromiso financiero asumido en el año 1979 por el Estado ante la Santa Sede y, en consecuencia y como contrapartida, con el cambio de modelo aplicado en el 2007 al elevar del 0,52% al 0,7% la asignación tributaria del IRPF que con el incremento del número de fieles que marcan esa equis en la casilla de la declaración de la renta o con la generosidad de los mismos a través de aportaciones puntuales y voluntarias en la misa dominical o en cualquier otro acto litúrgico.

Conviene recordar, además, que la Iglesia Católica es la única confesión religiosa que recibe fondos del Estado por esa vía. No se trata, en fin, de airear un debate que la sociedad ha desarrollado en los últimos años con sosiego, prudencia y responsabilidad, pese a los inevitables exabruptos puntuales en uno y otro sentido. La Iglesia debe garantizarse su propia supervivencia y la dignidad personal de quienes la sustentan, incluso desde el modelo financiero actual, pero habrán de ser muy directamente los fieles quienes se impliquen en esa labor, más allá de la equis, el cepillo o el pago de los servicios religiosos ocasionalmente demandados. La cuestión clave es que no existe en el clero un sentido de pertenencia a esa comunidad religiosa y mucho menos de corresponsabilidad económica. Y ése sí que es problema de conciencia.

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