Diario de León
León

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Mi padre fue un santo fumador y el tabaco se lo llevó un mes de febrero. Hubiese hecho cualquier cosa que le pidiéramos: salir a buscar el Santo Grial, transcribir el Quijote en la cabeza de un alfiler, cargar sobre sus hombros el fardo de todas nuestras lágrimas-¦ cualquier cosa, salvo dejar el tabaco, pues entonces con ingenua desfachatez te decía que ya no fumaba como antes. Y es que el «antes» al que se refería eran seis cajetillas, repartidas entre el día y la noche. Caminaba envuelto en niebla. Dejar de fumar estuvo fuera del alcance de su gran fuerza de voluntad. Sólo consiguió reducir la cantidad de cigarrillos. Habría sufrido mucho con la Ley de Espacios Libres de Humos.

Por ello, comprendo la actual angustia del fumador, aunque no habré dado más de tres caladas en mi vida. Me solidarizo con su condición de reo del pitillo, puedo escuchar el blues que ciega sus ojos, pero hasta ahí, ahora les toca cumplir la ley, sin victimismo, ni pataletas. Hay bares en León que venían exhibiendo, no sin jactancia: «Aquí se permite fumar», que sonaba al «¡viva la muerte!», que lanzó Millán Astray. Tosca manifestación de cazurrismo, pero aún más de insolidaridad con quienes no fumamos. Ayer, este periódico publicaba un reportaje a pie de calle sobre esta cuestión, y un tal Ángel, fumador quemado, culpaba a Rodríguez Zapatero: «A mí me parece que en los recreos no le dimos lo suficiente». Al parecer, el angelito había estudiado en la tierna infancia con él, en las Discípulas. Bueno, lo de estudiar es un decir, pues de sus declaraciones deducimos que está por domesticar.

Fumadores cafres aparte, que son los menos, hoy pienso en todos los enganchados al pitillo, en lo mal que lo pasarán hasta que logren adaptarse a la nueva legalidad. Proclamo mi paciencia con ellos, a la vez que mi alegría por la entrada en vigor de una ley que debería haberse aplicado mucho antes. Cuando mi padre sacaba un cigarro de la cajetilla lo hacía con la majestad de quien extrae la Excalibur de la piedra. Y ni Merlín con su gran magia hubiese conseguido disua dirle de que se estaba matando. Un día, el humo se lo llevó con los ángeles. Estoy convencido de que habría preferido llegar a viejo. No pudo ser.

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