Diario de León

TRIBUNA

La divisa de don Antonio

Publicado por
MANUEL GARRIDO, escritor
León

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Recuerdo haber leído, a la muerte de Antonio Pereira, un artículo en este periódico, evocando la «divisa en la torre» (título del cuento que rotuló también su último y magnífico libro de narraciones): «Osar morir da la vida». En la urgencia de la reacción ante la muerte del maestro, su autor apuntaba la relación de la divisa con aquella coplita que Cervantes pone en labios de la dueña Dolorida, suplicando a la muerte que, cuando llegue, lo haga escondida, «por que el placer de morir/ no me torne a dar la vida». La copla, por cierto, había tenido gran éxito y conoció versiones afortunadas de Lope de Vega y Santa Teresa, entre otros.

Pero esa proximidad de las fórmulas no pasa de la fonética. La divisa de Pereira emite su señal en una onda distinta a la de la copla, pues no carga el acento en el placer, sino en la osadía, como es obvio y muy distinto, porque en efecto nada tiene que ver el sentimiento de gozosa plenitud presente en el placer con esa tensa actitud de la voluntad beligerante, expresada en el osado atrevimiento y la resistencia. Esta, pues, se centra en la mirada cara a cara o descarada a la muerte, de la que resulta otra más alta vida. De modo que no la bella coplita de marras, sino otros ejemplos son los que a mí modestamente se me ocurren para evocar, lejos de la fonética, pero atentos a su propósito y sentido, la divisa elegida por el gran villafranquino.

Así, la novela magnífica, no importa que ahora olvidada, de Andrés Berlanga, La gaznápira. Cuando la muerte se acerca ya inexorable a la cama donde yace tendido el herrero, todo un personaje largamente notado por sus irreverencias religiosas, una niña oculta en la penumbra de la habitación es testigo de la osadía con que coge el crucifijo y le espeta: «muchas jugarretas te habré hecho yo en la vida, pero esta que me vas a hacer tú ahora, sí que no te la perdono». Y dejó de respirar, los ojos bien abiertos. Esplende una actitud semejante en las palabras del monólogo de Hamlet, cuando se plantea la duda sobre «cuál es más digna acción del ánimo» y, ante el dilema entre «sufrir los tiros penetrantes de la fortuna injusta» y «oponer los brazos a este torrente de calamidades», se decidirá por «darles fin con atrevida resistencia». Recordemos en fin el propósito del emperador Adriano, según las palabras que la Yourcenar pone en sus labios para el momento de partir y tras una postrera mirada a las riberas familiares: «tratemos de entrar en la muerte con los ojos abiertos». (Y no sabemos si al fin soportó la mirada, pero el herrero de Berlanga, viejo emperador de la fragua, ya sabemos que lo hizo). Y con semejantes pruebas y antecedentes ya le podemos hacer un guiño cómplice y melancólico a la torre de Pereira (la torre que fue don Antonio), para decirlo de este modo, que me atrevo a imaginar de su gusto y conformidad: Así es la verdad, osar o no morir es la cuestión.

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