LA VELETA | ANTONIO PAPELL
La rebelión
La extraña pero real convergencia de las opiniones de Aznar y Zapatero sobre los problemas financieros del Estado de las Autonomías han desencadenado una tormenta en Cataluña. El presidente del Gobierno, en efecto, acaba de declarar al «Financial Times» que «si las autonomías no cumplen, intervendremos»; y ha anunciado una severa limitación del gasto autonómico, la prohibición de emisión de más deuda pública (Cataluña y Valencia han recurrido a empréstitos populares para captar fondos), la unificación de los horarios comerciales y la armonización de normas para evitar rigideces en el mercado único español.
También Aznar se refirió recientemente a este asunto al hablar de «la inviabilidad» del Estado de las Autonomías. Y en este caso, el nacionalismo catalán ha arrimado inteligentemente el agua a su molino: «cuesta darle la razón a José María Aznar -escribía ayer Jordi Barbeta-, ex presidente del Gobierno -y también ex presidente de Castilla y León-, pero no hay más remedio que reconocérsela cuando dice que diecisiete gobiernos y diecisiete parlamentos en un Estado de 46 millones de habitantes no tiene demasiado sentido. En Cataluña, esta idea está muy extendida porque siempre se ha entendido el autogobierno como la expresión política de un sentimiento nacional y en España sentimientos nacionales significativamente extendidos hay sólo cuatro, no diecisiete, con lo que la operación de la transición no sirvió para satisfacer las aspiraciones de catalanes, vascos y gallegos, y sí para compartimentar la realidad española de matriz castellana».
La tesis de Barbeta no es ni mucho menos descabellada: para resolver el enquistado problema territorial, vinculado a la modernización de España desde el XIX, la democracia surgida de la Transición no tenía más remedio que reconocer la autonomía de las nacionalidades históricas. Sin embargo, la cuestionable decisión del «café para todos» nos llevó hacia un modelo insostenible por excesivo y por inadecuado. Ahora se ve que probablemente hubiera sido mucho más racional dotar al Estado de un modelo federal homogéneo, con estatutos de autonomía singulares para Cataluña, Euskadi y Galicia. El federalismo asimétrico que ya defendía Pi i Maragall en tiempos de la Primera República. Evidentemente, ya no es posible una vuelta atrás porque las realidades administrativas terminan enraizándose y comunidades sin historia ni tradición han arraigado y se han vuelto irreversibles..
Además de ser necesaria una gran prudencia en el tratamiento de estas cuestiones, parece conveniente plantear la austeridad fiscal en términos de un pacto entre el Estado central, también muy dado al despilfarro, y las autonomías que, pese a la leyenda, han sido capaces de resistir la crisis con apelaciones al déficit muy inferiores a las del gobierno de la nación. No tiene en fin sentido abrir una querella descarnada que no tiene fácil solución y que a la postre sería muy difícil de cerrar.