RÍO ARRIBA | MIGUEL PAZ CABANAS
Puros y turistas
A l igual que la Ley Seca convirtió a muchos hampones de baja estofa en forajidos pudiente s y legendarios, la flamante Ley Antitabaco puede paliar notablemente el despoblamiento del campo leonés. Aunque les parezca chocante, el azar tiene estas cosas inexplicables. Un amigo a quien su trabajo le obliga a recorrer muchas carreteras secundarias, me contaba recientemente que los últimos fumadores (como los seguidores proscritos de Robin Hood) han encontrado refugio en las tascas de los pueblos más remotos de nuestra provincia. Agazapados en chigres y bares ocultos, consumen sus cigarrillos sin que nadie les moleste, protegidos por el anonimato y el silencio invernal. Aplastan contra la formica las fichas de dominó y mastican sus farias sin ningún sobresalto. El sonido metálico sólo se detiene cuando entra en el bar un forastero, al que miran con esa suspicacia inquietante de las películas del oeste. Pero en cuanto el extranjero se mesa el cabello y aprueba con la mirada la cortina de humo, es aceptado y palmeado con generoso altruismo. Se me ocurre, sabiendo estas cosas, que la Administración debería tomar cartas en el asunto: pero no con afán penalizador -en plan Sheriff de Nottingham-, sino para rentabilizar sus innegables posibilidades turísticas. Además del botillo y los caldos (que aunque ignoren los pulmones, no dejan de corromper hígados y estómagos), los centros rurales para fumadores podrían ser un reclamo turístico de primera magnitud. Ahí es nada saltarse la ley en un ignoto pueblo de la montaña, como si estuviese uno ejerciendo de colono o trampero. A salvo de inspectores a los que las nieves y las heladas mantienen a raya; saboreando calmosamente un habano mientras se hojea el Diario de León. Se me dirá que los mejores bares son aquellos que se pueden ver sin humo: no le despojaré a quien lo afirme de un ápice de razón. A mí, sin ir más lejos, me encantan los espacios transparentes. Pero esas cantinas recias y perdidas en lo más profundo de los valles, ajenas a nuestra barbarie civilizada, también deben resistir. En medio de tanta rapacidad y estupidez, el humo que echan sus parroquianos mientras juegan al tute va a ser el último átomo que nos queda de placer e insurgencia.