Diario de León
Ponferrada

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Sucedió hace más de cien años. Un bichito de apenas un milímetro de longitud, que se reproducía con la misma voracidad con la que se alimentaba de la savia en los viñedos, acabó en pocos años con la forma de vida de nuestros bisabuelos.

Llegó de América. Se comía las raíces de las cepas. Secaba las vides. Y nadie sabía como frenarlo. No sirvieron de nada los remedios milagrosos, como la mezcla de orines y cal untada en el tronco de las vides; ni los caros, como las inyecciones de sulfuro disuelto en agua. La sociedad agraria entró en crisis. Y los hierros de Bilbao, que cerraron las fraguas, la utopía de la nueva Vizcaya, que el ingeniero Julio Lazúrtegui imaginó para el Bierzo -de todo aquello ya solo queda una plaza-, y el carbón -del que dentro de poco tampoco quedará nada- enterraron para siempre el mundo rural de nuestros mayores.

Antes de que el Bierzo encontrara la solución en la mina y los injertos, la filoxera dejó sin trabajo a miles de jornaleros. Eran los primeros años del siglo XX y los que no se resignaban a malvivir en esta comarca de caciques, se embarcaban para América, y haciendo el camino inverso al de la plaga, se ponían a trabajar como peones en las obras del Canal de Panamá o en las del metro de Nueva York. Se hacían taxistas en la Gran Manzana. O se ganaban la vida como podían en Buenos Aries o en La Habana.

Cien años después nos invade otra plaga. La causan diminutas partículas de CO 2 que envenenan el aire como a la vid, la filoxera. Está en todas partes. La escupen los coches. La liberan las chimeneas de las centrales térmicas y es tan dañina que ha convertido al carbón autóctono en un combustible proscrito, imposible de tolerar en un mundo dominado por la rentabilidad y amenazado por el efecto invernadero. Y aunque el Gobierno está invirtiendo millones de euros en ponerle freno, resulta igual de esquiva que el bichito alado que tanto daño le hizo a las viñas de nuestros bisabuelos.

Al CO 2 quieren atraparlo, secuestrarlo e inyectarlo en el suelo, como hacían con el sulfuro en los viñedos. Pero no van a llegar a tiempo. Ya lo sabemos. Las minas cerrarán antes. Las térmicas dejarán de contaminar por falta de actividad. Y ni siquiera tenemos la certeza de que al final, el remedio que están investigando para despertarlas no vaya a tener el mismo efecto que aquellos ungüentos de orines y cal.

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